“La Iglesia es eso: todos, todos, todos. ¿Que son pecadores?, yo también soy pecador. El Evangelio es para todos. Si la Iglesia pone una aduana en su puerta, deja de ser la Iglesia de Cristo. Todos.” (Papa Francisco)
En aquella capilla decorada tan sublimemente por el gran Miguel Ángel, se ha pronunciado de forma solemne su nombre. Se hace un silencio que lo dice todo. La Iglesia católica ya tiene Papa y el hombre elegido cierra los ojos, como si quisiera interiorizar lo que acaba de ocurrir. Traga saliva y el corazón parece que se le va a salir del rojo cardenalicio, que ya se ha tornado en blanco papal. Abre los ojos. Confía. Y una leve sonrisa se le escapa en el rostro. Está en paz. El ruido de la multitud que llega desde la plaza de San Pedro le devuelve a la realidad. ¡Habemus Papa!
Cuando el cardenal argentino Jorge Mario Berboglio fue llamado al cónclave tras la abdicación de Benedicto XVI, no se podía imaginar, o quizás sí, que a sus setenta y seis años sería elegido por sus “Fratelli cardinalli” para llevar el timón de la barca de Cristo en la tierra. Aquel hombre se quiso llamar Francisco, como ese santo tomado por loco, pobre entre los pobres. Era el primer Papa en usar ese nombre, el primero latinoamericano y el primer jesuita.
Tiene que pasar tiempo para que podamos tener una visión más sosegada de su tiempo como Papa, pero ahora podemos sacar algunas ideas y sabores que nos ha dejado no solo a través de su magisterio, sino también con sus gestos y palabras. Cuando llegó a Roma, se encontró con algunas situaciones sobre las que quiso tomar decisiones porque siempre fue un hombre de gobierno. Algunos temas siempre estuvieron en sus preocupaciones, como las finanzas vaticanas, la reorganización de la curia romana, los abusos sexuales y de poder especialmente en algunos miembros del clero, el excesivo centralismo y el diálogo ecuménico e interreligioso.
Francisco escribió cuatro cartas encíclicas: la primera, al poco de comenzar su pontificado, la Lumen Fidei, con motivo del año de la Fe. Después vendría la Laudato Sí, sobre el medio ambiente y el desarrollo sostenible. Y ya en 2.020 y 2024, Fratelli Tutti sobre la amistad y fraternidad social y la Dixelit Nos, sobre el amor humano y divino en el corazón de Jesucristo. Sin olvidarme de la preciosa exhortación apostólica postsinodal Christus Vivit, dirigida especialmente a los jóvenes o la reciente bula, Spes non confundit, que dio lugar a su último proyecto: la convocatoria de un jubileo de la Esperanza para el 2.025
También sus cuarenta y siete viajes han sido significativos, algunos a países muy pobres o con muy pocos católicos, como Mongolia, Bangladés, Filipinas, Egipto, Georgia y Azerbayán. Algunos de sus mayores gestos los tuvo con las personas pobres y excluidas, “el centro del Evangelio”, como por ejemplo sus visitas frecuentes a las cárceles, hospitales o instituciones de personas con enfermedades mentales. Pero además, señaló y denunció las causas de la pobreza, como las estructuras económicas o la venta de armas.
Suya fue la iniciativa del Sínodo, en continuidad con el Concilio Vaticano II, expresión de una iglesia que camina unida y que alcanza su armonía en el cuerpo, impulsada por el Espíritu Santo. La importancia de una iglesia que escucha sin descanso y en la que todos sus miembros son corresponsables.
Entre otras palabras, les ha dicho a los obispos que huelan más a oveja y a los sacerdotes les ha interpelado sobre la necesidad de una formación en la que además de la teología, se incluya el humanismo, especialmente con el hábito de la lectura, dado que el cientificismo solo no sirve.
Un Papa que nos confesó en una entrevista que desde hacía más de cuarenta años rezaba para tener sentido del humor y que la enfermedad más común en la iglesia es el chismorreo. Con todo, Francisco ha tenido una oposición fuerte dentro de la misma iglesia, más que otros Papas anteriores, por parte de sectores más tradicionales o conservadores.
Y recordó a los jóvenes que tienen que “hacer lío” y no tener miedo, ni siquiera a equivocarse, que hay que soñar y abrirse a cosas grandes. Y les recordó que no son el futuro de Dios, sino el ahora de Dios, animándoles a que sean protagonistas, a jugar para adelante para construir un mundo mejor.
En sus casi doce años como Papa, Francisco no consiguió concluir algunas de sus reformas, pero ha abierto caminos. Ha animado a la oración, al encuentro con Dios y con los hermanos y hermanas, sobre todo con los que más sufren. El corazón de Francisco ha dejado de latir, pero la Iglesia está viva.