OPINIóN
Actualizado 30/04/2025 07:59:45
Juan Antonio Mateos Pérez

“La razón no opera en una torre de marfil. Está influida por señales del cuerpo, que se expresan como emociones y sentimientos.”

ANTONIO DAMASIO

“Te haces a ti mismo con lo que eliges”.

EMILY FALK

La neurociencia no solo busca comprender el funcionamiento del cerebro, sino también su papel en la construcción del yo, la conducta humana y la conciencia. Como afirma Turney, se trata de “pensar sobre el sujeto pensante”, una tarea fascinante y única, dado que el objeto de estudio y el sujeto que investiga son uno mismo. El cerebro humano no solo procesa información y regula funciones vitales: también reflexiona sobre su propia existencia.

Esto da lugar a preguntas profundas: ¿cómo surge la conciencia?, ¿qué es el yo?, ¿de dónde emergen los pensamientos?, ¿por qué nos sentimos alguien que habita un cuerpo y vive una historia? Preguntas que antes abordaban la filosofía y la psicología, y que hoy la neurociencia moderna investiga con métodos experimentales como imágenes cerebrales, registros eléctricos y modelos computacionales. El desafío consiste en identificar las bases biológicas de la mente sin reducirla a una mera suma de conexiones neuronales.

Emily Falk, neurocientífica y directora del Laboratorio de Neurociencia de la Comunicación de la Universidad de Pensilvania, ha contribuido a esta empresa iluminando la arquitectura del sistema de valor cerebral, responsable de asignar significados afectivos a nuestras elecciones cotidianas. Este sistema, conformado por regiones como la corteza prefrontal ventromedial y el estriado ventral, no aplica criterios absolutos: calcula dinámicamente el valor subjetivo de cada opción en función de contextos, memorias, emociones y expectativas personales.

A diferencia de una balanza moral o de un algoritmo de eficiencia, el sistema de valor no persigue el bien en sentido filosófico, sino aquello que el cerebro anticipa como gratificante en un momento concreto. Mediante técnicas como la resonancia magnética funcional, Falk ha demostrado que este sistema de valor predice no solo decisiones de consumo, sino también elecciones más complejas, como adoptar hábitos saludables o fortalecer vínculos afectivos. A menudo, estas elecciones se realizan de forma inconsciente, dirigidas por una brújula interna que traduce emociones, contextos y memorias en conductas.

Sin embargo, Falk sostiene que no somos prisioneros de estos automatismos. Existe la posibilidad de intervenir en el sistema de valor, no mediante la represión de deseos, sino modificando los elementos a los que dirigimos nuestra atención. Cambiar en qué pensamos modifica literalmente lo que pensamos. Así, redireccionar la atención hacia aspectos más alineados con nuestros valores profundos permite alterar la manera en que nuestro cerebro valora las opciones.

Un ejemplo significativo que ofrece Falk es cómo transformó la pesada obligación de visitar a su abuela en una experiencia placentera al integrar la actividad física —el ciclismo— en el trayecto. No fue una imposición moral, sino una modificación de la experiencia emocional asociada, que redefinió el valor subjetivo de la acción.

Esta capacidad de reconfigurar nuestras decisiones se entrelaza con una dimensión social esencial. El cerebro humano dispone de un sistema de relevancia social, una red dedicada a interpretar las emociones, creencias y expectativas de los demás. Nuestras decisiones no son puramente individuales: están moldeadas por las percepciones, juicios y reacciones ajenas. La influencia social no solo modela nuestras elecciones, sino que también ofrece una vía para el cambio colectivo. Cuando compartimos narrativas, símbolos o experiencias profundas, nuestros cerebros sincronizan sus patrones de actividad, facilitando la empatía, la cooperación y el aprendizaje.

Las investigaciones de Falk abren una serie de profundas consecuencias filosóficas.

En primer lugar, reformulan la noción de libertad. Lejos de concebirla como una capacidad de elección absoluta e incondicionada, muestran que decidir es el resultado de un proceso complejo donde factores biográficos, emocionales, contextuales y sociales se entrelazan de manera inconsciente. No elegimos en un vacío, sino dentro de una arquitectura cerebral moldeada por nuestras experiencias y vínculos. Sin embargo, conocer estos mecanismos no anula la libertad: la redefine como una libertad lúcida, situada y trabajada. Libertad no es independencia absoluta, sino la capacidad de intervenir en los insumos que guían nuestras decisiones.

En segundo lugar, esta perspectiva transforma la comprensión de la identidad personal. La identidad no es una esencia fija ni una narración predeterminada, sino un proceso dinámico de autoformación. Cada elección, incluso las más pequeñas, contribuye a construir quiénes somos. Falk subraya que nos hacemos a nosotros mismos con cada decisión, eco de intuiciones existencialistas como las de Sartre, pero ahora sostenidas por evidencias empíricas. El cerebro no elige desde la nada: elige desde su historia, sus hábitos, su memoria de errores y aprendizajes. La identidad, entonces, es una obra abierta, una posibilidad permanente de transformación consciente.

Un tercer elemento filosófico es la radical intersubjetividad del acto de elegir. Dado que nuestras decisiones están profundamente influenciadas por las expectativas y emociones de los demás, el individuo no puede concebirse como un ente aislado. La subjetividad es siempre una construcción relacional. Esta idea conecta con filosofías como la de Levinas, donde el rostro del otro funda nuestra responsabilidad. Falk demuestra, desde la neurociencia, que el juicio, el acompañamiento o la mirada de otros no solo nos afectan emocionalmente: configuran estructuralmente nuestras decisiones.

Así, intervenir en nuestros entornos sociales —construir marcos de validación, empatía y reconocimiento— se convierte en una tarea inseparable de cualquier proyecto de cambio personal. No elegimos solos: elegimos en red. Cambiar implica, también, cambiar los lazos que sostenemos y que nos sostienen.

En definitiva, las investigaciones de Emily Falk ofrecen no solo una comprensión más precisa de cómo funciona el cerebro, sino una visión más honda del ser humano como proceso, como red y como posibilidad. Nos invitan a abandonar tanto el mito de la voluntad absoluta como el determinismo pasivo, y a adoptar una ética de la atención, de la autoconciencia y de la transformación continua. Saber cómo elegimos es empezar a elegirnos de nuevo.

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