OPINIóN
Actualizado 25/04/2025 08:22:02
Tomás González Blázquez

Creo recordar que estaba bajando la calle Quintana, alrededor de las dos de la tarde. Era Domingo de Resurrección y la agrupación musical María Stma. de la Estrella tocaba tras el último paso de la Semana Santa salmantina, el definitivo al que seguir: Jesús Resucitado.

Los de Carbajosa de la Sagrada interpretaban la marcha Christus vincit y, en un canturreo, yo repetía: Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat… La partitura no incluía la estrofa que mentalmente hice sonar después: Francisco Summo Pontifici et universali Patri, pax, vita et salus perpetua! Menos de dieciocho horas después, la sede apostólica quedaba vacante y esas palabras alcanzaban mayor sentido si cabe, sin dejar de ser el que siempre tienen.

Pax. Cuánta voluntad de muerte vemos cada día en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo. En este día, quisiera que volviéramos a esperar y a confiar en los demás…, que volviéramos a esperar en que la paz es posible. Que desde el Santo Sepulcro —Iglesia de la Resurrección—, donde este año la Pascua será celebrada el mismo día por los católicos y los ortodoxos, se irradie la luz de la paz sobre toda Tierra Santa y sobre el mundo entero. Como en una hermosa letanía, se sucedieron en las palabras del Papa, aunque no pudiera ya pronunciarlas en las vísperas inmediatas de su particular pascua, Palestina, Israel, Gaza, Líbano, Siria, Yemen, Ucrania, Armenia, Azerbaiyán, los Balcanes, R.D. Congo, Sudán, Sudán del Sur, Sahel, Cuerno de África, Región de los Grandes Lagos, Myanmar… Francisco recordaba que allí donde no hay libertad religiosa o libertad de pensamiento y de palabra, ni respeto de las opiniones ajenas, la paz no es posible, y también que la paz tampoco es posible sin un verdadero desarme. La exigencia que cada pueblo tiene de proveer a su propia defensa no puede transformarse en una carrera general al rearme, para concluir con un llamamiento a cuantos tienen responsabilidades políticas a no ceder a la lógica del miedo que aísla, sino a usar los recursos disponibles para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y promover iniciativas que impulsen el desarrollo. Estas son las “armas” de la paz: las que construyen el futuro, en lugar de sembrar muerte.

Vita. Proclamaba en su mensaje Urbi et Orbi de esta Pascua en el año jubilar de la esperanza que los que esperan en Dios ponen sus frágiles manos en su mano grande y fuerte, se dejan levantar y comienzan a caminar; junto con Jesús resucitado se convierten en peregrinos de esperanza, testigos de la victoria del Amor, de la potencia desarmada de la Vida. ¡Cristo ha resucitado! En este anuncio está contenido todo el sentido de nuestra existencia, que no está hecha para la muerte sino para la vida. ¡La Pascua es la fiesta de la vida! ¡Dios nos ha creado para la vida y quiere que la humanidad resucite! A sus ojos toda vida es preciosa, tanto la del niño en el vientre de su madre, como la del anciano o la del enfermo, considerados en un número creciente de países como personas a descartar. La denuncia profética de las leyes injustas, de los crímenes del aborto y la eutanasia, son testamento espiritual del Papa que hoy entierra la Iglesia, confiada en su resurrección al final de los tiempos.

Salus perpetua. La salvación eterna, al fin, es la mejor oración que por cada persona podemos elevar a Dios. La deseábamos en el canto para el Papa vivo y la anhelamos ahora para el difunto. En la pasión y muerte de Jesús, Dios ha cargado sobre sí todo el mal del mundo y con su infinita misericordia lo ha vencido; ha eliminado el orgullo diabólico que envenena el corazón del hombre y siembra por doquier violencia y corrupción. ¡El Cordero de Dios ha vencido! Por eso hoy exclamamos: «¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!» (Secuencia pascual). Sí, la resurrección de Jesús es el fundamento de la esperanza; a partir de este acontecimiento, esperar ya no es una ilusión. No; gracias a Cristo crucificado y resucitado, la esperanza no defrauda. ¡Spes non confundit (cf. Rm 5,5)! En la Pascua del Señor, la muerte y la vida se han enfrentado en un prodigioso duelo, pero el Señor vive para siempre (cf. Secuencia pascual) y nos infunde la certeza de que también nosotros estamos llamados a participar en la vida que no conoce el ocaso, donde ya no se oirán el estruendo de las armas ni los ecos de la muerte. Encomendémonos a Él, porque sólo Él puede hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5).

Como Francisco, en su memoria agradecida, ¡Feliz Pascua a todos!

Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera.

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