"Escribir es la manera más profunda de leer la vida" (Francisco Umbral)
"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo" (Oscar Wilde)
Cada día, no solo cada 23 de abril, tenemos una cita con el libro. Por ello este pequeño escrito es una exaltación de aquello que se ama. El amor a la lectura y al libro, como una de las formas más hermosas de crecimiento interior. Leer no es acumular datos, sino interpretar la realidad y todos aquellos mundos posibles que nos puedan interpelar y dar sentido a nuestra existencia. Leer, es una buena elección, y por esa experiencia inquietante que es la lectura, que a veces nos puede poner en entredicho. La buena lectura nos lleva a la escritura, el buen lector necesita escribir, aunque no sea en un soporte material, sino en el fondo de su conciencia. El libro es un precioso instrumento de saber, cultura y vida. Es ascender al monte de la abstracción desde las llanuras de la imagen, del conocimiento sensible, para ascender al mundo inteligible del conocimiento. Es salir de la caverna de la opinión y llegar a las difíciles luces de la razón, que es sopesar y reflexionar para encontrarnos con una realidad con mayor resolución que nos llevará un mejor obrar.
La lectura es, sobre todo, el punto de encuentro de las libertades humanas, entre las que destacan la libertad de expresión y la libertad de edición. La lectura y la escritura hacen habitable el espíritu, en ellas nos apoyamos para transcender nuestras realidades, nuestro propio yo, y superar de alguna manera el tiempo vivido. La escritura no solo se reduce al pensamiento, la capacidad de asombro, la curiosidad, el amor a las preguntas y al sentido de la existencia, va más allá. La escritura nos lleva a la memoria, un alegato contra el olvido que nos ayuda a desvelar ese angustioso dilema entre el ser y no ser.
¿Por qué escribimos? Es una de esas preguntas para la que todas las respuestas son correctas. Cada persona tiene sus propios motivos, y me parece que, en eso, en que sean propios, radica la clave del asunto. En todo caso, podemos establecer un punto de partida común: la necesidad de contar algo.
A todos nos visitan historias. Sean fruto de la imaginación, de recuerdos, de la observación de la realidad o de vivencias, lo relevante no es si las escribimos para dejarlas en un cajón o con la ilusión de compartirlas con el mundo, sino la necesidad de contarlas.
La escritura puede ser terapéutica; leer nuestras reflexiones en un cuaderno o en la pantalla, aunque sea en boca de personajes ficticios, nos ayuda a explicarnos la realidad, incluso a encontrarle el sentido a nuestras vivencias. Pero escribir, como el resto de disciplinas artísticas, también permite crear otros mundos que, si están bien escritos, nos van a acompañar para siempre.
El mayor privilegio de los creadores es que no inventamos personajes, sino seres que en nuestra mente son reales, muchos de ellos, desde luego, más reales que buena parte de las personas con las que interactuamos a lo largo de nuestra vida. Y la verdadera magia, lo que da sentido a la actividad artística, es que esa misma sensación llegue a quien se adentra en las páginas de un libro.
Es interesante notar como se va transmitiendo el alma de quien escribe después de leer, para que quien lee acabe sabiendo algo más sobre sí mismo. Es algo que, más o menos, dijo Nietzsche sobre lo mucho que aprendió, sobre sí mismo, leyendo a Schopenhauer-
Fermín González, salamancartvaldia.es, blog taurinerias