De Elena Poniatowska aprendí que, a medida que envejecemos nos vamos desarbolando, y los amigos y el espacio que nos circunda se llena de vacíos que extrañamos cuando miramos el horizonte de nuestro paisaje. Curiosamente, en charla fecunda con uno de mis primos, me recordó una expresión que yo, sin embargo, no le había oído nunca a mi padre y que le dijo cuando murió su primer hermano: “La espiga se va desgranando”.
Y en este proceso de vida que es la muerte de los cercanos, los que nos habitan, los que nos dan sombra en cierto modo, mies que acompasa los surcos de nuestros días, se me va Vargas Llosa para que recuerde que le conocí en los noventa y que me fascinó por su voz poderosa, por su altura y su educación exquisita. Se detuvo un rato conmigo, ese espacio robado a los periodistas para atender a una estudiante que no podía ni cerrar la boca de la emoción de estar frente a su estatura, su fachada mortal que ahora sostienen como una ofrenda sus hijos ¡Qué poco queda de un hombre tan grande! Cenizas y polvo enamorado para descender a la soledad oscura, a la guarida calmada del reposo.
Se marcha Francisco, el papa que me dejó muda de asombro cuando se asomó, solo y austero, con la mirada divertida tras sus gafas grandes, venido de una tierra que da futbolistas y adoradores del mate. Una tierra de Borges y grandes narradores que no tiene medida más allá de Buenos Aires. Y es un tajo feroz el que suena en el bosque y que se hace eco con la falta de Varguitas, con la noticia triste del fallecimiento de la única hermana de Elena Poniatowska, quien me enseñó que, a medida que pasa el tiempo, nos vamos desarbolando.
Hace poco, bien poco, recordé a una compañera mía de voz y mirada suaves, de enamorada dedicación a la enseñanza. La vida me ha arrancado muchos troncos de esta arboleda que es mi día a día, pero su falta extrañamente me sale al paso cuando recuerdo donde vivía, o la iglesia donde se malcasó aunque entonces, nada sabía. Recuerdo su delicada forma de pisar la tierra que le será leve, porque era una mujer con hechuras de ángel, y me pregunto por qué tanto la recuerdo habiendo tantos huecos que llenar de nostalgia a cada uno de mis pasos. Pero sí, ella es la rama que a todos representa. Quizás porque mientras pienso en Don Mario o en Francisco me permito el lujo de no mirar adonde siempre miro. Al árbol que me falta a cada rato y a cuya sombra me refugio siempre.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.