Hablar de Semana Santa y cristianismo es condensar más de dos mil años de historia. Y, hacerlo de forma resumida, necesariamente tiene que dejar fuera algunos aspectos de gran importancia para según qué miradas, pensamientos y creencias. Por ello, confiamos en la comprensión del lector si en estas líneas echa en falta algo de especial interés para él.
En la sociedad del siglo XXI, cada vez más secularizada, diversa y globalizada (aunque a tenor del auge de los movimientos ultraconservadores esto podría cambiar) surgen preguntas inexcusables sobre nuestras raíces culturales y de identidad, especialmente cuando llegan las festividades vinculadas al hecho y la tradición religiosa, como es la Semana Santa.
Al respecto, no resulta fácil entender el arte occidental y explicar la sociedad de hoy día sin tener en cuenta la herencia del cristianismo. Un legado cultural formado a lo largo de más de veinte siglos de historia, marcando la liturgia católica que, además de los aspectos materiales, pauta la vida de muchas personas por medio de los sacramentos, devociones y procesiones.
La cultura religiosa occidental es víctima de un desconocimiento colectivo del pasado y de una concepción errónea de lo que significa. Hay que tener en cuenta que, en el caso que nos ocupa, lo importante es lo cultural y lo religioso es un determinativo que concreta ese tipo de cultura. Quienes hemos estudiado historia de las religiones sabemos que no es necesario ser religioso ni profesar religión alguna, en este caso la fe católica y el cristianismo, para comprender el significado social del Concilio Vaticano II, o la importancia que la Virgen de Guadalupe ha tenido en la historia política de América, donde es concebida y asumida por los americanos como “Madre de América”. Impresiona ver la peregrinación social y la devoción vivida en el santuario dedicado a ella en México.
De igual forma, cuando estás en la basílica de San Pedro, Ciudad del Vaticano, y ante la imagen de La Piedad, esculpida sobre un bloque de mármol por Miguel Ángel a finales del siglo XV, no puedes entender la grandiosidad de la obra ni asumirla en su plenitud si no conoces las causas y el porqué del dolor que sufre la madre que sostiene el cadáver de su hijo sobre sus piernas. Para percibir la belleza de la obra bien hecha no es preciso ser católico practicante, pero sí es necesario mirarla y verla con sentimiento cultural y saber de religión.
Independientemente de la creencia o vinculación religiosa de cada cual, la Semana Santa es el período más extenso e intenso en el que podemos observar la confluencia de la cultura y tradición en el contexto del cristianismo. Siguiendo la metodología de las Ciencias Sociales, nos encontramos con que esta festividad posee múltiples significados en los que se mezclan los aspectos antropológicos, políticos y religiosos, convergiendo así, en un mismo ambiente festivo, lo profano y lo sagrado. Se trata de una religiosidad popular que actúa como mecanismo de identidad y espectáculo público, principalmente en la calle, con las procesiones cargadas de emociones, espiritualidad, arte, tradición y participación.
Un análisis riguroso de lo que son y significan las procesiones requiere huir de reduccionismos sobre si son de derechas o de izquierdas, o de dicotomías sobre si significan un progreso o un atraso. La historia está llena de ejemplos que rompen esas dualidades de interpretación. En lo que sí hay un cierto consenso es en que son una cuestión de identidad, dada a lo largo de los tiempos.
Para algunos autores la festividad de la Semana Santa tiene su origen en el siglo XIX. Otros pensamos que, si nos atenemos al elemento central y más popular que son las procesiones, hay razones para pensar que esta cultura y tradición viene de lejos. Ya hemos hablado de ello en alguna ocasión al tratar sobre la socialización de la Semana Santa. Cabe recordar que ya en el siglo II después de Cristo se configuraron unos días para conmemorar el triduo sagrado: pasión, muerte y resurrección del Señor. Luego, a lo largo de la Edad Media, se fueron celebrando procesiones en aquellos territorios por los que se había extendido el cristianismo.
En Europa, la celebración de Semana Santa se inicia en el siglo XVI, aunque el asentamiento de las procesiones se dio un siglo más tarde con la Contrarreforma, cuando la iglesia pidió a los creyentes manifestar su fe, públicamente, ante la amenaza de la reforma de Martín Lutero. Pero en ninguna parte arraigó tanto como en España donde, cabe pensar, que la primera Semana Santa se dio en Toledo, con la creación de la primera cofradía en el 1085.
Desde el siglo XI, el número de cofradías o hermandades no ha dejado de crecer en España, incluso en estos tiempos en que el fervor religioso no está en su mejor momento. Crecimiento y manifestaciones que no tienen la misma intensidad en todos los territorios. Diferencias que responden a factores culturales, históricos y sociales que, a lo largo de los siglos, han ido marcando las tradiciones religiosas y el calendario festivo en cada comunidad. No es lo mismo Semana Santa en Cataluña que en Andalucía.
En Cataluña, históricamente el sentimiento y la tradición religiosa popular han sido menos exhibicionistas, se han vivido más en el ámbito privado. Con poca presencia pública en las calles, aunque, por supuesto, se dan algunas procesiones de interés como la del Santo Entierro en Tarragona. Pero se vive más, es más apasionante y emotivo presenciar la teatralización de La Pasión Viviente de Esparraguera o La Pasión de Olesa de Montserrat que es una representación teatral de gran formato y que se representan durante los meses de marzo y abril. Esto significa que la religiosidad popular se vive de manera más íntima, menos masiva y no tan procesional como en otros lugares. La Semana Santa en su conjunto, tiene un carácter más de vacaciones que de espiritualidad.
Por su parte, en Andalucía, las múltiples cofradías cuentan con miles de cofrades y sus procesiones movilizan a millones de personas en las calles. La Semana Santa andaluza es un patrimonio cultural, un recurso económico y un destino turístico. Las calles de las ciudades andaluzas son una emoción colectiva, se impregnan de olor a incienso y retumba el cantar de las saetas. Una muestra más del fuerte componente social e identitario de la Semana Santa.
Entre uno y otro modelo de Semana Santa (catalán y andaluz) hay otros modelos más propios de la ciudades y pueblos de Castilla entre las que cabe citar Toledo, Madrid, Valladolid, Zamora o Salamanca, sin desconsiderar todas las demás. Una Semana Santa que sí sale a las calles en procesión con sus imágenes religiosas, pero sin tanto boato como la andaluza.
En general, la Semana Santa alcanzó su máximo esplendor en el siglo XVII. A partir de ahí fue perdiendo fuerza, especialmente desde mediados del siglo XVIII, hasta casi desaparecer a inicios del XIX. A mediados de esa centuria, la fiesta de la Semana Santa se reinventa completamente. Todavía utiliza las formas del pasado cargado de tradiciones, pero los ciudadanos y la sociedad que la celebran son muy distintos. Se convierte en una celebración transversal socialmente. Lo devocional ha perdido peso y lo han ganado el factor de identidad, lo folclórico y el aspecto económico vinculado al turismo (en 25 ciudades españolas la Semana Santa ha sido declarada de Interés Turístico Internacional).
Les dejo con Joan Manuel Serrat y su musicalización del poema de Antonio Machado: "La Saeta" :
https://www.youtube.com/watch?v=Dz4m52Oka34
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© Francisco Aguadero Fernández, 18 de abril de 2025