Donald Trump, este personaje con el que desayunamos y cenamos todos los días, ya no es, gracias a sus torpes votantes, el presidente de los Estados Unidos, es, como les prometió y cabía esperar, el gobernador del mundo, aunque más que gobernar, desgobierna. Empezó la semana presentándonos a bombo y platillo su ‘Día de la Liberación’, que consistió en dar luz verde a su anunciada guerra comercial de aranceles, y las consecuencias no se harán esperar.
De momento, aunque sus admiradores le rieron la gracia que, por cierto, no sé dónde demonios se la verían, la bolsa se echó a temblar, y cuando la bolsa tiembla, los señores multimillonarios tiemblan también. Pero más temblaremos los ciudadanos normales, porque, aunque los aranceles no serán igual para todos los países, eso dependerá del grado de antipatía que el Trump de nuestras incertidumbres sienta por ellos, no piensa excluir ni a los países en guerra, ni a los que sufren pobreza extrema.
Y en breve, más o menos, todos veremos cómo sube la cesta de la compra, comprar un coche, un electrodoméstico, cualquier mueble o unas zapatillas de deporte. Tampoco se librarán sus ciudadanos aunque lo hayan votado. En algún sitio he leído que ya protestan porque los huevos le cuestan eso… (un dólar cada huevo, no cada docena), y como los que han podido han hecho acopio de ellos, se han quedado sin huevos, algo que debe sentarles como un tiro porque en los quince días que pasé en ese país me fue imposible comer algo que no tuviera huevo. Espero que a ningún país, y muchísimo menos al nuestro, se le ocurra venderles gallinas para resolver el problema, si no tienen huevos, que los compren a precio de oro, y empiecen a manifestarse, a protestar, a exigir… para que el Trump de sus amores se vaya sin tener que echarlo y el mundo pueda convertir su maldito ‘Día de la Libertad’ en el bendito ‘Día de la Victoria’.