OPINIóN
Actualizado 31/03/2025 10:32:49
Charo Alonso

Llegan los operarios municipales a romper como si nada la costra de alquitrán y cemento de la calle, a levantar adoquines, bordillos y baldosas y después de días de ruido y trabajo, aparece un camión con tierra blanda, oscura y prometedora y descubren el hueco que se llenará de plantas y árboles ahora esqueléticos. Es la virtud del hueco verde, del rincón para el insecto y para el disfrute del que ocupa el banco resignado a no ver más que el horizonte de una calle estrecha y fea como un pasillo gris donde se cuela la luz mortecina entre los bloques.

Confiamos entonces en que se mantengan el cuidado y el mimo y no se pierda en la humildad del barrio este derroche de generosidad botánica. Cuántas veces se ha plantado con denuedo para abandonar acto seguido a la generosidad de la lluvia o de la vecina que baja con una jarra de agua a dar de beber al sediento. El centro tiene sus jardineros del turismo, pero en el barrio periférico, no llegan la flor ni el canto y estamos al arbitrio de los balcones y de la ventana que alguien llenó de plantas que descendieron al piso de abajo, nostalgia de jardín que no se tiene.

Durante la pandemia, cuántas veces pensé en mis alumnos, habitantes de un barrio de casas sin balcones, con ventanas pequeñas de edificios hechos para sueldos modestos que ahora sé llenos de humedad y de techos bajos. El lujo era el espacio, la terraza florecida, el patio espacioso, el adosado con su rincón de tierra o el colmo del lujo, el chalet con un jardín donde soñar con la quietud de no coger el coche para ir al trabajo diario. Eran tiempos de imaginar, como mis sobrinos, el mundo en una baldosa bajo la silla. Ellos lo llenaron todo de rincones fantásticos donde jugar a no salir de casa. Esa casa que ahora se asoma a un rincón en el que han hecho un hueco para plantar promesas de arbolitos y matas de hierbas para los polinizadores. Lo miramos con cierto desconcierto, y cierta desconfianza también, no nos atrevemos a elucubrar con un cambio de paradigma para el hormigón del que estamos cubiertos. Y soñamos entonces con ramas fuertes para el canto de los pájaros y sombra donde no derretirnos al paso del verano. Quizás entonces haya flores de lavanda que polinizar al ritmo de los recados y las obligaciones. Quizás hasta podamos arrancar un ramito de romero florecido para meter en el vasito de agua de la cocina donde las madres dejaban el perejil de la compra. Llegaron los obreros y rompieron la costra artificial de una calle cualquiera. Y nos dejaron la promesa de un rincón de verdor que asoma esperanzado.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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