Realmente he olvidado el día que empezó a llover. Un día el cielo se enlutó por la cercana muerte del invierno y se negó a levantarse el velo aunque eso significase no volver a respirar. Eligió la asfixia del gris, la nube tónica apelmazada. Se precipitó hacia el asfalto la primera de las gotas buscando el río y tal fue la decepción ante el delirio urbano que quedó marchita ante la ciudad parada. El suelo gris la absorbió.
No dejo de preguntarme si recordaré este año como aquel en el que no dejé de bostezar. No por sueño, sino por el discurrir pálido de los días. Quizás lo nombre como el de la transparencia, pues es lo único que buscan mis ojos: la claridad del día a través del cristal. El marco de la ventana recibe a mis ojos tomándolos por pródigos al estar condenados a la pantalla blanca, a la innombrable virtualidad. Pero vuelven a chocar con el negro discurso de los oradores, con la palabra vacía y las ramas secas del lenguaje. En negrita queda destacado lo más insignificante, en cursiva las perífrasis se resbalan por el precipicio. Hasta que aparece de nuevo el ruido blanco. La maquinaria de la obra interrumpe la caída libre de las palabras recordándoles que necesitan de la materialidad, que dejen de pretender enlazarse con gente a la que nada le deben. Que olviden las tentativas por hacerse poesía.
En ocasiones, la tenue luz se ve eclipsada por el gancho de una grúa que peligrosamente ansía borrar el cristal, que busca el levantamiento popular, el clamor de un público difícil. Es lo que hace la soledad bajo la lluvia. Oxida la luz del abandonado a su suerte. Así, los sonidos se entremezclan sin hablar entre ellos. Quedan amalgamados en una masa gris informe, en aquello que significa olvidable. Y cada vez que me recoloco en el asiento para evitar el aturdimiento vertebral, éste me devuelve un chirrido. Solo es la confirmación de que no quedará más presencia de mí que el desgaste que mi peso provoca en él. Supondré, como todos los jóvenes, el bostezo y el deterioro. Ante la ventana amenazada, ante la mirada abandonada.
Tacho de predestinación a lo que otros llaman tedio o apatía. Le atribuyo un sentido de necesario al contingente matutino, de prescindible al relato oral. Ahora hablo de un paréntesis grisáceo, del modelado jardín de marzo que han dejado los nombres propios. He leído en los árboles frutales la necesidad de cielo azul.