OPINIóN
Actualizado 17/03/2025 07:29:57
María Jesús Sánchez Oliva

Se han cumplido cinco años de la llegada de aquel virus que, a unos de una manera y a otros de otra, a todos nos cambió la vida. A pesar de tantas muertes, a pesar de tantos miedos, a pesar de tantas dificultades, todos estuvimos de acuerdo en una cosa: de la pandemia saldríamos todos siendo mejores personas.

Se han cumplido cinco años de la llegada de aquel virus, y ya sabemos que mientras que unos arriesgaban su vida para protegernos a todos, otros, protegidos por quienes tenían responsabilidades en la gestión económica, aprovecharon la pandemia para salir de ella siendo más ricos.

Se han cumplido cinco años de la llegada de aquel virus que jamás olvidaremos y parte de los que aplaudían a los sanitarios a las ocho de la tarde, hoy los agreden en las consultas, muchos de los que lloraban por no poder comernos a besos y a abrazos, hoy ni se molestan en abrir la boca para dar los buenos días, no pocos de los que se angustiaban por no poder acercarse a los demás, hoy se ofenden hasta porque los miren aunque sea de lejos, y no hace falta salir de nuestro círculo para darnos cuenta de que se ha disparado el número de exigentes, de intolerantes, de amargados. Está claro que de la pandemia no hemos salido siendo mejores personas, más bien hemos salido siendo peores, y todo indica que nadie está dispuesto a devolvernos la alegría, la ilusión y el buen humor perdido.

Se ha cumplido un lustro de la llegada del coronavirus a nuestras vidas. Los muertos, desgraciadamente, no volverán ya, y solo podemos recordarlos con tristeza, con dolor y con pesar por haberlos dejado morir en la más absoluta soledad; la mayoría de los afectados, afortunadamente, se han curado y han vuelto a la normalidad; pero son muchos los que todavía sufren secuelas que ni les permiten trabajar, ni les permiten jubilarse, ni saben si habrá remedio para sus males. Su situación me ha traído a la memoria algo que a la mayoría de los ciudadanos se le ha olvidado. Ocurrió en la década de los ochenta. Fue una intoxicación masiva que conocimos como la enfermedad de la colza. Murieron muchas personas. Nuestra provincia fue una de las zonas más afectadas. Hubo familias que perdieron varios miembros y los que sobrevivieron quedaron con secuelas para siempre. Hace cinco años todavía quedaban personas, y quedarán si el maldito coronavirus ha tenido a bien respetar sus vidas, que hubo que jubilar siendo muy jóvenes, y nunca recuperaron ni parte de la salud perdida. Creo que se ha nombrado o piensa nombrarse el quince de marzo Día de las Personas con Secuelas del covid Persistente. Espero y deseo que sirva para dar pronta respuesta a estos enfermos, no para hacer bonito, que es para lo que suelen servir estos gestos, porque las buenas intenciones, como decía mi abuela y todos podemos comprobar hoy, solo sirven para llenar el infierno.

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