OPINIóN
Actualizado 10/03/2025 20:05:06
Charo Alonso

Vivimos la promesa para el brote entre las ráfagas de lluvia y los ecos de una guerra que trastocó nuestra forma de mirar las cosas y los mapas que aprendimos en la quietud de las aulas de los años setenta. Mapas de colores y de una Rusia inmensa en su extensión roja que se alargaba desde una Polonia férrea de solidaridad hasta una Siberia asiática a la que llegar en trenes cargados de presos que iban hacia la nada. Rusia era una momia exhibida y autores que leer con reverencia y dolor de crímenes y castigos propios de un Stalin enloquecido. Y todo antes de la visita a un México en el que se guardaba la memoria infinita y hasta las cenizas, de un Trosky elevado a santón herético de lo que pudo ser y se quedó en nada.

En el reborde festoneado de países que ahora son independientes, Ucrania parecía otra Polonia infinita de la que poco o nada habíamos oído hablar. Somos reacios a ir más allá de nuestros límites y más allá de Francia todo es uno cubierto de nieve, o en el Este, las fronteras se alargan hacia esa inmensidad rusa que desbordó a Napoleón y se le atragantó a Hitler. Rusia era la música de los cosacos que, extrañamente, tanto le gustaba a mi madre, poco dada a reflexiones políticas que fueran más allá de la valentía de su padre, oyente de Radio Pirenaica en los horrores de la posguerra. Rusia era una extensión roja con una hoz y un martillo para remachar lo obvio, que la geografía antes, era una cuestión de guerras frías y de muros que, delante de nuestros ojos, se hicieron escombros para vender en el mercadillo de la historia. Una historia que ahora sigue arrasando fronteras que nadie sabe dónde son rusas o ucranianas, ucranianas o rusas, y mi alumno querido, rubio como gavilla de trigo y que llegó antes de la contienda, me dijo un día: yo soy ucraniano, pero en mi casa se habla ruso. O nuestro ya casi universitario que sí vino por la guerra, el pequeño soldadito feroz en la cancha de fútbol: yo soy ucraniano, pero mi madre es rusa.

Vivimos tiempos de brote y árbol florecido que se llena de blancura antes de sacar la hoja verde de todas las primaveras. Tiempos en los que siguen muriendo a uno y a otro lado las gentes de un lugar donde sigue cayendo la nieve. Y mientras tanto, pensamos en fábricas de armas que nos den trabajo y prosperidad antes de ejercer su oficio de muerte. Son las paradojas de este marzo de lluvia y de hombres que mandan. Un tiempo de promesa para el brote.

Charo Alonso. Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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