OPINIóN
Actualizado 09/03/2025 22:04:27
María Jesús Sánchez Oliva

Sonia Tamames, directora de Salud Pública de Castilla y León, dimitió, no la cesaron, dimitió hace unos días por afirmar en televisión que la pandemia no fue algo tan grave: al principio solo afectó a algunos jóvenes, afirmó tranquilamente, fue después cuando se cebó con las personas mayores, pero eso, para ella, era algo tan normal que pasa en todas las epidemias de gripe. Y el presidente Mañueco corrió a pedir disculpas a los ciudadanos.

Visto lo visto es imposible no pensar que se trata de un paripé no exento de intereses políticos. Si en este país cuesta Dios y ayuda cesar a un político por sangrantes casos de corrupción, si no se cesó a la presidenta madrileña por darle lo mismo que tantos mayores en residencias murieran solos, abandonados, sin recibir asistencia y sin que nadie se enterara que en las habitaciones ya no había enfermos, había difuntos, si el presidente valenciano sigue aferrado a su poltrona por lo que no hace falta explicar... ¿cómo se entiende que esta señora, por unas declaraciones que aunque muy desafortunadas no han provocado ninguna protesta ciudadana, se haya ido sin tener que echarla?

De todos modos, si estamos equivocados, el presidente Mañueco, en lugar de pedir perdón, debería explicar por qué esta persona estaba ocupando un cargo para el que no estaba capacitada. No es la primera vez que los políticos reparten cargos por amistad, por confianza o para pagar favores. También debería informar si esta señora se va de la política para siempre, o se le da otro cargo, que tampoco es la primera vez que pasa. De hecho los directorios oficiales están llenos de cargos que se crean para premiar a los supuestamente castigados. Y por último es ella la que debería volver a televisión para pedir disculpas a las víctimas que fueron muchas aunque ella no se enterara.

Estábamos en el confinamiento cuando una señora en Salamanca llamó al hospital para pedir ayuda. Le dijeron que se tomara un paracetamol y se quedara en casa que no había ambulancias para ir a buscarla. Llamó un taxi. Bajó a la calle más muerta que viva. Le explicó la situación al taxista y le pidió que si no quería, que no la llevara, que prefería morirse sola antes de causarle un problema. El taxista la cogió en brazos, la colocó en el taxi como pudo, la llevó al hospital, la subió en brazos y no se marchó hasta que no la dejó en manos del personal sanitario. Solo tuvo fuerzas para pedirle que abriera su bolso y se cobrara la carrera. Nunca supo su nombre, tampoco cobró la carrera, lo supo cuando pudo abrir el bolso y comprobó que en el monedero no faltaba ni un euro. Cuando a las ocho de la tarde se llenaban los balcones de conciertos de aplausos estos no eran para aquel taxista, ni para otros muchos, ni para las empleadas de los supermercados, ni para otros trabajadores que arriesgaron su vida para cuidarnos a los que pudimos quedarnos en casa, eran para el personal sanitario, también para esta señora directora de Salud Pública de Castilla y León, aunque a juzgar por sus declaraciones, o no salió del despacho para protegerse, o estaba en casa viendo películas en pijama para matar el tiempo, y no se enteró de nada.

No sé si estoy en lo cierto, no sé si estoy equivocada, pero sí sé que engañar a los mayores no es tan fácil como engañar a los jóvenes por muy aptos para todo que se crean. Por lo tanto, ante este paripé o lo que sea, solo puedo terminar diciendo lo que dirían ellos si el virus, ayudado por tantos cargos inútiles y tanta falta de personal sanitario y medios, no se los hubiera llevado: piensa mal y acertarás.

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