OPINIóN
Actualizado 07/03/2025 08:56:31
Mercedes Sánchez

Llénanse las nubes de grisáceos colores, y el cielo desmorona sus azules brillantes para dar paso a la incertidumbre de la gota, al zapato resistente a la humedad, al socorrido paraguas o al gorro previsor plegado en el fondo abisal del bolso repleto de los por si acaso.

Los suelos visten sus brillos especiados, la honda respiración asimila todo el olor de la tierra mojada mientras el corazón bombea, apresurado, intentando acortar, en lo posible, el tiempo de estar fuera.

Buscamos la bofetada de calor y sequedad de los interiores acogedores, el beso con el pelo mojado, nos apresuramos a desprendernos de la ropa salpicada de gotas y procuramos despegarnos de las prisas buscando acomodo entre grato aroma a café.

Rodeamos la humeante taza con nuestras agradecidas manos. La charla distendida nos relaja aunque la lluvia empecinada estalle sus raudales contra los cristales, y las palabras son refugio a la externa intemperie, parapetándonos en una cálida conversación.

Logramos el necesario receso entre los ritmos diarios, mientras las nubes acompasan sus lágrimas al sonido de las luces que estallan como fuegos de artificio. Escuchamos el estruendoso clamor que nos encoge segundos después.

El tiempo para sus manecillas, también descansa del día alborotado.

Los cuerpos restablecen su temperatura entre el calor reinante, alivio instantáneo a todos los males que acechan fuera.

El repiqueteo de gotas pone fondo al redoble de conversaciones, llenas de charla animada. Los ojos se llenan de sorpresa y admiración cuando la vista traspasa los mojados cristales y se contemplan imágenes de paraguas extintos por el viento, rostros crispados por la lluvia, facies sorprendidas por el frío, medias salpicadas por los charcos, bajos de pantalones empapados por las lluvias racheadas deseando llegar a algún resguardo.

Las ráfagas de aire que penetran al abrirse y cerrarse la puerta nos llevan en instantes a la externa realidad, y las personas que entran con el pelo revuelto y cara desencajada muestran expresiones de alivio.

La lluvia se vuelve persistente haciendo que cada gota, al chocar contra el suelo, se multiplique en otras pequeñas e infinitas.

Un incipiente fulgor parece asomar entre dos nubes.

Cuando escampa brotan las despedidas, los besos, los abrazos, los saludos, las quedadas, los “te llamo” y “da recuerdos”, “no te dejes el paraguas”.

El lugar queda vacío, repleto de aroma a café.

Mercedes Sánchez

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