En nuestra vida, queramos o no admitirlo, siempre ha habido esa palabra que cambia tu visión del mundo. Quizás historias, o anécdotas, que amplían nuestro horizonte de comprensión y entendimiento de las cosas. Aparecen cuando menos las esperas.
Lo que sí es cierto, es que en el presente eres consciente del alcance que han tenido en tu madurez, que te dieron una nueva dimensión sobre cómo vivir y por qué hacerlo de esa manera. El caso más paradigmático es por qué has elegido determinada vocación.
En la mayoría de situaciones las personas, sean hombres o mujeres médicos, novelistas, empresarios o actores de teatro, fueron las palabras las que torcieron en el buen sentido el destino de sus vidas.
Si te has preguntado alguna vez el alcance y poder que tienen las palabras, o la fuerza que nos da una historia de la que hemos formado parte, en la foto de portada puedes ver un efusivo abrazo que seguro representa mucho más que ese momento puntual: una historia de cariño compartida, de instantes que esas personas vivieron juntas y el abrazo no solo los recuerda, sino que los evoca. En fin, detrás de nuestros gestos más simples como un abrazo, están las palabras y las historias compartidas.
En primer lugar, te voy a contar una historia real. Sucedía en Estados Unidos, y corresponde a una anécdota que marcó la vida del escritor estadounidense Malcolm Dalkoff. Relató en una ocasión, que un día de octubre de 1965, su maestra de lengua y literatura en la escuela de enseñanza media les dio como tarea leer el libro “Como matar a un ruiseñor” novela de 1960 de Harper Lee, escritora que por esta obra ganaría el prestigioso Premio Pulitzer, y que este libro se llevara a la gran pantalla en 1962 con la película con el nombre homónimo en la que Gregory Peck ganaría el Oscar al mejor actor.
¿En qué consistía el ejercicio literario que les dio la profesora? Tenían que escribir un capítulo que fuera a modo de continuación del final de la novela. Fue esta tarea que por simple que parezca y como una más de las tantas que encargan los maestros, la que predispuso y condicionó al mismo tiempo, el futuro de ese niño que se convertiría años más tarde en un escritor consagrado.
Seguro que tú también tienes en tu memoria alguna anécdota, que cuando la recuerdas, te vuelve a impulsar (a dar fuerzas) como en aquel momento que se produjo. Es ese instante en que echas luz a aquello que estaba en algún rincón de tu consciencia, pero archivado más en el olvido. Y sientes un fogonazo como si hubiera sucedido ayer mismo. Pero lo importante, es que no necesariamente tiene que ser un recuerdo sobre algo que te sucediera a ti, puede ser perfectamente un relato, una historia que a lo mejor te contaban tu padre o tu madre, quizás tus abuelos, sobre algo que había sucedido en la familia que era digno de recordar.
Lo importante, es la capacidad de motivación que hayas logrado por esa palabra, esa anécdota real o esa historia incluso de ficción que leíste, que te impulsó a hacer un cambio. A ver las cosas desde otro ángulo. Cómo si te subieras a un atalaya y ves el mismo campo en el que estabas ahí parado, pero con la diferencia que ahora vislumbras el horizonte.
Lo que te estoy diciendo, es que cuando menos te lo esperas, te aparecen de repente en tu memoria esas palabras que recuerdas que te las dijo un profesor, esa persona que de alguna manera marcó tu vida, porque despertaste a tu vocación actual gracias a él.
O sea, la palabra formando parte de una experiencia real, es probablemente uno de las más poderosas motivaciones para que reencaminemos nuestras cosas, las que nos son cotidianas y no le damos valor, pero cuando te pones a pensar en ello te das cuenta que realmente lo tienen.
Los buenos líderes saben perfectamente el poder que tiene la palabra. Muy especialmente una palabra oportunamente dicha. A todas las personas siempre hay una palabra, un ejemplo, una orden, un comentario, una anécdota, que le hacen cambiar el punto de vista, la visión que habían tenido hasta ahora de las cosas, de su mundo. A veces, nos hacen ver lo equivocado que estábamos respecto a cómo formábamos opinión sobre algo o alguien.
Muchos cambios de actitud se han debido al observar y escuchar a otros, al seguir un ejemplo, al leer un párrafo de un libro…en suma: al incorporar una visión nueva a nuestra vida.
Además, la palabra emana de la consciencia, como diría Noam Chomsky, porque es un mecanismo articulado que depende de que primero nuestro cerebro haya emitido un pensamiento inteligente. Y éste una vez en el “exterior” de nuestra cabeza, se convierte en vehículo de comunicación y entendimiento entre las personas. Sin consciencia no hay palabras, mucho menos comunicación posible.
Cuando la palabra se construye soportada en la verdad, no hay ejército capaz de vencerla. Además, desde la escritura cuneiforme hasta los smart-phones, han sido siempre las palabras las que han transformado y siguen transformando nuestro mundo.
Palabras que construyen nuestra personalidad
Tienen que haber habido en tu vida hechos y palabras que te han influido en decisiones que has tomado, me refiero a las importantes, esas en las que has tenido que reflexionar, pero que cuando las has abordado es obvio que esos archivos ocultos en tu cerebro resucitaron experiencias propias y recuerdos contados, o libros leídos o películas que te impresionaron, de las que algún mensaje sacaste que te llevaron a cambiar algún punto de vista sobre cómo estabas conduciéndote y cómo te sentías como persona.
Nos pasa y nos ha pasado a todos. No podemos renegar del pasado, especialmente si corresponde a hechos y palabras que estuvieron presentes y que fueron aleccionadoras, que tomaron casi forma humana desde las páginas de un libro o desde el trabajo que nos exigió un profesor. Todas ellos (hechos y palabras que nos marcaron) son siempre aquellos andamios que siguen ayudándonos a construir el edificio tan complejo de nuestra personalidad.