Esos españoles del exilio de los que les hablaba, nada más llegar a esta ciudad, buscaron dónde encontrarse… Y “tomaron” los cafés, sobre todo, los que aquí se conocían como “cafés de chinos”, pues orientales eran muchos de los que los atendían… Y oye, se parecían a los bares...
El Sinaia, trasatlántico que mencioné hace quince días, fue el primero; hubo otros después, todos fueron barcos que trajeron personas, pero también ideas, afanes, conocimientos.
En México, Max Aub, en su delicioso “La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco”[1], nos cuenta que enseguida los españoles, para tomar café, o lo que se terciara, “tomaron” los cafés, como bien reseña mi tocayo, el mesero (camarero) del cuento de don Max:
Lo que a mí me gusta del oficio es el ruido del café, pero con sentido: el palique, el cotorreo, el oír mantener opiniones contra viento y marea, una pregunta tras otra; ver crecer, aproximarse como una ola reventona, el momento en que alguien no puede zafarse más que con insultos. Lo que no aguanto son tantas alusiones, tantas parrafadas, tantos retruques, tantas indirectas, tantas memorias, acerca de si hicieron o dejaron de hacer fulano y zutano…
Además de “tomar los cafés”, como vimos, literalmente, tenían que trabajar, buscarse la vida… y encontrarla. Probablemente uno de los primeros lugares de esos encuentros, dicen, fue la Casa de España; en palabras de Antonio Alatorre, excelente filólogo, ese espacio fue “casa de poetas y pintores, de críticos y filólogos, de historiadores y sociólogos. Después cada uno fue cayendo en su propio sitio: cátedra universitaria, gabinete de investigación, círculo literario, casa editorial, redacción de periódico o revista”.
¿Dónde fueron cayendo? Por ejemplo, en la UNAM, actualización de la primigenia Universidad de México, fundada en el siglo XVI y cuya alma máter fue la Universidad de Salamanca, es decir, que se hizo a imagen y semejanza. No soy el primer charro de ambas orillas, la UNAM también.
El Colegio de México es otra institución que no sería la misma sin la presencia de los refugiados españoles. Qué decir del colegio Madrid, el Luis Vives, o las editoriales Siglo XXI, Joaquín Mortiz o el propio Fondo de Cultura Económica. Todas ellas, y otras muchas, dinamizaron la sociedad mexicana, le dieron nuevos bríos a la vida intelectual y cultural. Y todas ellas ahí siguen, plenamente vigentes en 2025, casi un siglo después.
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