OPINIóN
Actualizado 08/02/2025 09:10:23
Francisco Aguadero

El Orden Internacional está en una grave crisis de existencia. Quizás en estos momentos, más que nunca, sea una realidad aquello de que “solo conociendo la historia podemos evitar que se repita”. Vivimos un mundo intensamente polarizado y convulso. Sería bueno que reflexionáramos y volviéramos la mirada hacia los años veinte y treinta del pasado siglo XX, cuyas convulsiones desembocaron en la Segunda Guerra Mundial, con 60 millones de muertos (40 millones de civiles y 20 millones de soldados) genocidios, destrucción y sufrimientos.

De aquella nefasta y cruenta experiencia, los dirigentes mundiales sacaron la conclusión de que había que crear un Orden Internacional, para evitar que la guerra siguiera siendo la manera de resolver los conflictos. De tal idea surgió la ONU (Organización de Naciones Unidas) Creada el 24 de octubre de 1945 en San Francisco, California, Estados Unidos, luego de que la mayoría de los 51 Estados miembros iniciales, signatarios del documento fundacional de la Organización, ratificaran la Carta de la ONU, un texto que ha sido tanto el fundamento jurídico como la inspiración de las propias Naciones Unidas.

Un Orden Internacional que el mundo se dio así mismo, respetado por los diferentes países, y que sentó las bases de una convivencia en paz hasta nuestros días, durante ya 80 años. Sin grandes conflictos internacionales, aunque no haya evitado las guerras internas en algunos países y con países vecinos. Ese Orden generó una comunidad y un Derecho Internacional reconocido por décadas, pero que hace unos años empezó a cambiar, dando síntomas de vulnerabilidad.

La mayor ofensiva dirigida por un Estado miembro de la ONU contra ese Orden Internacional, hasta ayer, ha sido la de Israel, cuyo representante desde la tribuna de la propia Asamblea, se atrevió a destruir la Carta de Naciones Unidas, como muestra del rechazo de Israel a la ONU y al Orden Internacional que representa. Con motivo del conflicto en Oriente Próximo, el gobierno de aquel país ha ninguneado a Naciones Unidas, desoyendo sus resoluciones, vapuleando a sus dirigentes, matando a sus funcionarios, destruyendo sus instalaciones e impidiendo que llevaran a cabo su labor humanitaria. Saltándose así el derecho humanitario e internacional.

Decíamos, hasta ayer, porque a partir de hoy día siete de febrero de 2025, será el nuevo presidente de los EE. UU., Donald Trump, en su guerra declarada a las instituciones internacionales y por medio de una de las muchas órdenes ejecutivas que viene firmando, quien sancionará al personal del Tribunal Penal Internacional (principal órgano judicial de las Naciones Unidas, también conocido como Tribunal Internacional de Justicia, cuyo Estatuto se adjunta a la Carta de la ONU formando parte integrante de ella) que investigue a ciudadanos de EE. UU. o a sus aliados, incluido Israel.

Las sanciones previstas incluyen la congelación de bienes en territorio estadounidense, además de prohibiciones de viaje para esos funcionarios y sus familiares. La orden ejecutiva firmada da sesenta días al Departamento de Estado para presentar los nombres de personas a sancionar. Estamos ante un mundo al revés de como lo hemos conocido. Esas sanciones socavarán drásticamente el quehacer del Tribunal Internacional de Justicia y pondrán en peligro su propia existencia.

El ataque al Alto Tribunal, con sede en La Haya (Países Bajos) es un paso importante en el intento de destruir el Orden Internacional y las instituciones que lo sostienen. El Tribunal comenzó a funcionar en 2002 como la única instancia internacional permanente para juzgar crímenes de guerra y contra la humanidad, delitos de genocidio y agresión territorial, cuando los Estados miembros no quieren o no pueden hacerlo por sí mismos.

La Institución judicial cuenta con el apoyo de un gran número de países y la Unión Europea, pero no con Estados Unidos, Rusia, China o Israel, porque estos temen que se pueda utilizar para juzgar a sus ciudadanos por motivos políticos. Cosa que ocurrió en mayo de 2024 cuando el fiscal jefe de este órgano de 125 personas, Karim Khan, encontró que había “motivos razonables para creer” que Netanyahu y Gallant eran “penalmente responsables” de crímenes de guerra y contra la humanidad en Gaza, junto con tres líderes de Hamás, y pedía a los jueces la detención de todos ellos, lo que aumentaba la presión sobre el Gobierno israelí y los viajes de sus líderes a otros países.

Ni que decir tiene que con esa orden ejecutiva firmada por Trump en la Casa Blanca, se está protegiendo así mismo y a quienes le acompañan en aquellas acciones cuestionables que ya está llevando a cabo con su ambición de ser el dueño del mundo. Pretender desplazar a dos millones de gazatíes hacia asentamientos en otros países, dejando libre su propio territorio para que unos millonarios estadounidenses puedan construir un complejo hotelero de lujo, suena a genocidio. Querer que Canadá sea el Estado número 51 de EE. UU., anexionarse Groenlandia o controlar el Canal de Panamá, utilizando la fuerza si fuera preciso, traerá muchos conflictos internacionales por los que el nuevo Presidente no quiere ser juzgado.

El abandono de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Consejo de Derechos Humanos por parte de EE. UU. y de Israel, es otro indicativo más de que parece que los organismos internacionales les molestan, les sobran. Por otra parte, la guerra comercial desatada por los aranceles generalizados, impuestos por el nuevo Gobierno estadounidense, nos devuelve a un proteccionismo férreo que rompe con el multilateralismo y daña el libre comercio.

Estamos en una profunda transición política, económica y social que abandona el Orden Internacional en el que hemos convivido, nos sumerge en la incertidumbre, comienza a aparecer el caos y no sabemos por cuanto tiempo seguiremos en el desorden. Confiemos en que pronto salgamos de esta situación y que sea para bien de la humanidad.

Escuchemos a Rosana - La vida es bonita:

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Aguadero@acta.es

© Francisco Aguadero Fernández, 7 de febrero de 2025

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