Ayer, o anteayer, en la semana,
dejé de escribir sin un sustento
real en cada noche de la estrella
oscura, rutilante, evadida.
Robé de buena gana lo disperso,
lo vago, errabundo, inconstante,
a cambio de la piedra de un verso
que pierde con su siglo lo soñado.
Austero, el presente, no abunda
en una extensión más ingeniosa,
que narre del suceso una causa.
En cambio, lo que queda en la estrofa
rodada se reduce al pasaje
traído de un yerro en la lectura.
La página la salva la esperanza
que lleva con su sombra una llama.