El nueve de noviembre de 2024 iniciábamos esta columna anunciando que Donald Trump volvía a la presidencia de los Estados Unidos (EE. UU.) tras las elecciones ganadas en aquel país. Que lo hacía, además, con todo el poder en sus manos, como emperador del mundo. No nos equivocamos, solo han pasado 10 días tras su toma de posesión y ya ha dado muestras sobradas de ello. Lo que hace y seguirá haciendo con esos poderes nos afecta a todos, por eso lo consideramos de interés general.
A lo anterior cabría añadir que se ha confirmado el control, por parte de Trump, de los tres poderes clásicos del Estado: el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial. Así como el control de la opinión pública a través de los medios de comunicación y redes sociales afines. Además del control económico liderados por las grandes compañías tecnológicas que se han puesto a sus pies. Ni siquiera las monarquías absolutas, los reyes absolutistas de los siglos XVII y XVIII concentraron tanto poder.
Por si fuera poco, o insuficiente, Donald Trump parece investido de una cierta inviolabilidad, esa prerrogativa personal que tenían y siguen teniendo algunos monarcas, en virtud de la cual tienen el privilegio de la inmunidad y no están sujetos a responsabilidad penal. Eso es lo que en la práctica ya ha ocurrido con alguno de los muchos litigios que tenía pendientes con la justicia. En un juicio histórico, un jurado popular le declaró culpable de 34 delitos, lo que lo convirtió en el primer presidente o expresidente de Estados Unidos en ser condenado en un juicio penal, pero eso no le impidió presentarse a las elecciones y volver a ser presidente, aunque sea el primer delincuente convicto que ocupe la Presidencia de los EE. UU. Fue imputado, investigado, por alentar el asalto al Capitolio (Congreso) el 6 de enero de 2021 pero la lentitud del proceso hizo que se quedara en nada al adquirir la condición de Presidente.
De otra parte, las características personales de Trump no son ajenas a todo lo anterior, más bien todo lo contrario, son la consecuencia de su personalidad, de su manera de ser y actuar. Un hombre ambicioso donde los haya, prepotente, arrogante, embaucador, mentiroso compulsivo, sin prejuicio alguno, vengativo, polémico. Entre otras muchas acciones que evidencian lo anterior, están los hechos de que siempre está metido en algún asunto judicial, como denunciante o como denunciado y de que haya despedido a los funcionarios de justicia que, como tales, habían participado en los procesos judiciales de su etapa anterior como presidente.
Como todo rey o emperador (de los de antes) Trump se rodea de su propia corte, no solo poniendo en el gobierno a sus fieles, también instalándose junto a él estos y otros que quieren estar cerca o alrededor del poder político. La corte de Trump, formada por toda una legión de multimillonarios, puja por instalarse en grandes mansiones de los alrededores de Washington DC y junto a la Casa Blanca. Mansiones o propiedades de hasta 60 millones de dólares (unos 57 millones de euros) para poder instalarse cerca y formar parte de esa corte.
Los grandes magnates de las empresas de tecnología avanzada que no estaban en la onda de Trump se han cambiado de anden para subirse al tren del nuevo mandatario. El giro de algunas empresas, como el conglomerado Meta, cuyas redes sociales tienen unos 3.000 millones de usuarios en todo el mundo, resulta especialmente llamativo. Esta empresa, matriz de Facebook, WhatsApp, Instagram y Threads, cuyo fundador y primer ejecutivo es Mark Zuckerberg, ha puesto fin a su política de verificación de contenidos en sus redes por terceros independientes, acomodándose así a la nueva era Trump y a lo que ya hacía su oscuro asesor Elon Musk, propietario de la red social X (antes Twitter) defensor de la ausencia de control formal de la desinformación. Esto quiere decir que no se eliminarán de las redes sociales contenidos abiertamente manipulados o falsos, queda a la iniciativa y discreción de los usuarios añadir notas de contexto si quieren denunciar los bulos o falsedades.
Este cambio de estrategia para acomodarse a la nueva era Trump resulta aún más extraño, máxime, cuando hace cuatro años Meta suprimió las cuentas de Trump en Facebook e Instagram, por entender que aquel incitaba al odio y la violencia, momento en el cual el propio Zuckerberg, además, entonaba el mea culpa en el Congreso de EE. UU. por el impacto negativo que las redes sociales producían en la salud mental de los jóvenes, especialmente. En aquel entonces, Meta presumía de la efectividad de las herramientas de verificación de los bulos y la desinformación dañina que ahora, para subirse al tren de Trump, dice que no sirven. Por si quedaba alguna duda sobre la conexión entre el nuevo Presidente de EE. UU. y el magnate Zuckerberg, ahí están las millonarias aportaciones de este último a Trump y cómo Meta ha contratado al republicano Joel Kaplan para el cargo de jefe de Asuntos Globales, e incorporado a Dana White, estrecho aliado de Trump, al consejo directivo.
Todo este tejemaneje abre una brecha entre EE. UU. y Europa, que sí parece decidida a hacer responsable a las plataformas tecnológicas de los contenidos que publican. Tendrá que luchar contra la alianza formada por Trump y los magnates multimillonarios tecnológicos haciendo valer su autoridad, para que se cumpla la normativa que se ha dado en la lucha contra los bulos y la desinformación que tanto daño le hacen a la democracia y a la convivencia en paz.
Escuchemos a Liza Minnelli en money:
https://www.youtube.com/watch?v=ITuJpMYcBO0
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© Francisco Aguadero Fernández, 31 de enero de 2025