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CULTURA
Actualizado 31/01/2025 10:06:05
Charo Alonso

Daniel López-Acuña presentó en la Librería Víctor Jara 'Centinela del viento', su último libro de poemas

Es esperanzador que dos médicos versados en la tarea social, en la más cruda epidemiología –López-Acuña se convirtió en un rostro familiar durante la pandemia defendiendo el confinamiento- y en el recorrido de un mundo en crisis, defiendan la poesía, la esperanza y la relación social para conjurar los problemas. Un discurso apasionado el del poeta astur-mexicano Daniel López-Acuña y el también escritor Alberto Infante, médicos de salud pública, gestores avezados, que en la hospitalaria calidez de la Librería Víctor Jara presentaron amorosamente un libro de poemas publicado por le Editorial Vitrubio.

En las palabras de Alberto Infante, admiración por el amigo y por su poesía que define escrita “al paso de alguien que camina y le gusta caminar con paso cadencioso”. Una poesía medida y meditada de cadencia interna, resonancia vegetal de ecos asturianos y mexicanos que es una celebración de la vida y que tiene, para Infante, influencias de Sabines, Octavio Paz, Darío y Tagore. Una poesía joven y panteísta que alaba el cuerpo, la vivencia del viaje, la belleza de la cultura y sobre todo, que supone un alegato frente al mundo en el que vivimos, de cuyas miserias, ambos doctores, desgraciadamente, saben mucho.

Hay belleza al modo de Keats en la poesía de López-Acuña, en su biografía de hijo de exiliado, en su acento del otro lado y, sobre todo, en la convicción de que “La poesía sirve para subir la roca que ha de caerse”, una apuesta por la vida y por lo que nos hace humanos que ha llenado sus páginas de poemas muy trabajados, muy decantados y que se unen en un libro con el hilo conductor del viento, un viento que atiende el “centinela”, el que cuida, no el que vigila. Y hay un doble sentido en esta palabra dada la tarea de ambos doctores, atentos al cuidado de la sociedad, a los distintos vientos de una sociedad en crisis –su último trabajo se ocupó de la salud de los refugiados- que conjuran ambos con el ejercicio de la cultura y la poesía.

Una poesía cuya defensa se vuelve cálida y cadenciosa en la voz de Daniel López-Acuña. Un poeta, también traductor de poesía, que lee magníficamente los textos y que suspende a su alrededor el tiempo mientras le escuchamos. Lee con esa cadencia sosegada de la pura belleza que es verdad. Centinela del viento, magníficamente estructurado, iniciado justo después de la publicación de su primer poemario, en 1979, Tú llegarás a mi ciudad vacía, recoge “emociones, sensaciones y preocupaciones” articuladas bajo nombres de vientos que terminan con ese momento de calma que sigue a la tormenta. El centinela de los vientos tiene “la voluntad de asirlo todo” y afirma, en uno de los versos del poema que da nombre al libro “Me resisto a ser sólo un cronista/de la desolación”.

Tiene López-Acuña una vida peripatética dedicada a la investigación, al trabajo social y a la medicina entendida como entrega. Y esa vida viajera, iniciada con el padre asturiano que se exilia, muy niño en el México que acepta a los republicanos –una aventura que está convirtiendo en narración en la actualidad- es la que ilustra sus poemas, escritos durante 45 años y pulidos en su hogar asturiano. Poemas que se suman a su ingente obra académica, divulgativa y a las traducciones poéticas que ha realizado. Vinculado a importantes publicaciones mexicanas donde es bastante común que los médicos estén muy relacionados con la literatura, López Acuña es un poeta de ritmo marcado, atento a la renovación de la naturaleza, al placer de la vida que viaja y se aferra al placer de los sentidos, de la cultura, del recuerdo, de la observación y de la vida vivida con sentido. Su palabra nos reconcilia con la desolación con la que trabaja y de la que no quiere ser solo cronista, y sobre todo, con la esperanza, y su visita es algo más que una mera presentación de libro: es toda una declaración de principios humanista y hermosa. La certeza de que no todo está perdido y nos salva la poesía como timón frente a todos los vientos y al mar embravecido.

Charo Alonso

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