Para seguir con estas charradas de dos orillas, van ahora tres artículos que parten de uno que publiqué años ha… Y que ahora, en estos tiempos de nacionalismos excluyentes, de cerrazones y xenofobias viene bien reflexionar al respecto, creo yo.
Cuando Unamuno dijo aquello de “Me duele España”, por estos lares, no sé si José Martí o Porfirio Díaz –hay versiones contradictorias al respecto–, dijeron: “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.
Ambas frases, muy actuales, fueron reflejo, a mi entender, de un nacionalismo “como debe ser… si es que debe ser”, es decir crítico, consciente y, si se me permite la posible contradicción, incluyente. Esta manera de entenderlo no es nueva, creo yo que muchos y muchas intelectuales españoles del primer tercio del siglo XX la tuvieron… Y la trajeron. Con sus asegunes, por supuesto.
La efervescencia del pensamiento y la creación artística que caracterizó a los años veinte en España, y sobre todo a la II República Española (1931-39) se ve truncada con la Guerra Civil y la llegada del franquismo. De un paraíso literario, de la nueva edad de oro que supuso la Generación del 27, con todo y sus olvidos y ninguneos –las Sinsombrero, José María Hinojosa–, se pasa a un páramo, a un desierto, a un vacío total.
Es significativo que el primer premio Nadal se otorgara, en 1945, a una novela titulada Nada, de Carmen Laforet.
Antes de Nada, solo La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, había roto un poco el vacío. Claro, estaban los escritores del régimen, pero, política al margen, la mayoría eran de un nivel literario menor; además, también estaban saliendo, apenas, de los horrores de lo que acababa de ocurrir.
Así pues, la guerra trajo tanto el vacío como la búsqueda de nuevos caminos, para los de dentro y para los de fuera. Sobre todo, evidentemente, para los de fuera, para los del exilio en una nueva patria.
Pedro Garfias, poeta nacido en Salamanca pero que creció en Andalucía, escribió “Entre España y México”, poema que vio la luz a bordo del Sinaia; este es un fragmento muy significativo:
Qué hilo tan fino, qué delgado junco
—de acero fiel— nos une y nos separa
con España presente en el recuerdo
con México presente en la esperanza.
Porque México adquiere una especial relevancia. No fue el único pero sí uno de los primeros países, probablemente el primero, que abrió los brazos y se convirtió en esa segunda patria, en esa tierra de adopción para muchos de ellos.
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