Un valioso amigo que lleva ya algunos años utilizando la IA (Inteligencia Artificial) tanto en su cotidiana y responsable profesión, como en sus actividades investigadoras, me ha convencido, sin proponérselo, sino hablándome de sus actividades enriquecidas significativamente por la IA, del gran y positivo instrumento que tenemos en nuestras manos.
Mi actitud humanista y poco amiga de adoración de las tecnologías, me había llevado hacía mucho tiempo al bloqueo en la valoración de la IA: un silencio cargado de miedo y de “ no querer saber” era el modo de expresar mis prejuicios.
Hasta que el otro día, escuchando a este amigo hablar del trabajo que está realizando voluntariamente, por su amor a la investigación, un estudio sobre la Filosofía de Baruch Spinoza, a partir del libro “Ética demostrada según el orden geométrico” , me llenó de asombro cómo sobre un tema tan complejo, tan aparentemente alejado de la objetividad de la ciencia, estaba utilizando decisivamente los programas de IA, como un colaborador importantísimo, no solo en planteamientos sino también en discusiones sobre el sentido correcto de numerosos conceptos.
El hecho de que este amigo tenga su jornada diariamente ocupada con una numerosa consulta médica y que también en su consulta, la IA tenga el papel de primordial colaborador en la mayoría de las fases de exploración de los pacientes, me hizo aún admirar más la capacidad de apertura y conocimientos de este hombre que maneja hace tiempo con sabiduría y prudencia la valiosa ayuda que nos puede proporcionar la Inteligencia Artificial.
El problema de dejarnos arrastrar por prejuicios contra la IA, (como me ocurrió a mí) deriva de la tendencia ancestral del ser humano a depositar el mal y el peligro en el otro o en lo otro. Recuerdo una anécdota que me ocurrió en la empresa donde he desarrollado durante muchos años mi profesión, Telefónica. Un cliente, asistido por un abogado ambicioso, acusó a Telefónica de ser la culpable del suicidio de un joven, por tener esta empresa programas de pago, de libres conversaciones de contenido erótico. Un grave malentendido entre el padre y este joven, produjo la conducta autodestructiva de su hijo. Como psicólogo tuve que “demostrar” que esos programas no eran malos ni buenos, sino era cada individuo, su historia y su intencionalidad, los que le podían dar un carácter dañino o beneficioso.
Sería lo mismo que afirmar que los cuchillos son instrumentos “malos” porque pueden cortar o incluso asesinar, o decir que los coches son dañinos para la salud porque contaminan, olvidando que es el ser humano el que los utiliza y los conduce.
La utilísima actividad diaria de mi amigo, tanto en su actividad médica como en su vocación investigadora me ha convencido del gran valor que puede prestar al ser humano, en múltiples tareas y objetivos, la IA. Solo existe una condición: que su uso esté presidido por la inteligencia humana y la ética.