OPINIóN
Actualizado 17/01/2025 17:10:29
Tomás González Blázquez

Que se ofrezcan signos de esperanza a los enfermos que están en sus casas o en los hospitales. Que sus sufrimientos puedan ser aliviados con la cercanía de las personas que los visitan y el afecto que reciben. Las obras de misericordia son igualmente obras de esperanza, que despiertan en los corazones sentimientos de gratitud. Que esa gratitud llegue también a todos los agentes sanitarios que, en condiciones no pocas veces difíciles, ejercitan su misión con cuidado solícito hacia las personas enfermas y más frágiles.

Que no falte una atención inclusiva hacia cuantos hallándose en condiciones de vida particularmente difíciles experimentan la propia debilidad, especialmente a los afectados por patologías o discapacidades que limitan notablemente la autonomía personal. Cuidar de ellos es un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza que requiere acciones concertadas por toda la sociedad.

Esto escribe el Papa Francisco en Spes non confundit, la bula de convocación del Jubileo 2025 recién inaugurado. Jubileo cuyo centro, como el de cualquier año jubilar, es el perdón, el regreso a casa, en definitiva la puesta en camino hacia una esperanza que para los que la tenemos como virtud propia de Dios no es una posibilidad sino una certeza.

Sin embargo, justamente de incertidumbres iba la pregunta que nos planteaban a Pedro y a mí, amigos y colegas, en el interesante coloquio que organizaba la Hermandad Dominicana el pasado domingo. Fue un gusto acompañarles y hacer el intento de responder a esa cuestión tras compartir algo de mi día a día en perspectiva de Esperanza. No llevé ninguna nota, y solamente había apuntado, en la guardia del día anterior, los dos párrafos con que encabezo. Porque en su ciclo de encuentros formativos, acciones caritativas y actos de culto han decidido comenzar por los enfermos, y ahí es donde creyeron que encajábamos los médicos.

Perdidos tantas veces en un mundo donde algunos aspiran a sustituir la fe por la ciencia, como si no pudieran armonizarse en el amplio espacio de lo razonable, quise recordar que la Medicina es un arte, tiene mucho de destreza al servicio de la persona puesta a prueba: la del dolor, la de la enfermedad, a menudo la de la desesperanza. Esperar, albergar esperanzas, transmitirlas, no consiste en mentir, en disfrazar, en fabular curaciones, sino en permanecer y, como recordaba con precisión Pedro, en compadecer, no alejarse en la hora de la pasión.

En el otro lado de la mesa, José Luis de Aerscyl y Michel de Pyfano, eran ejemplo vivo de esa travesía recorrida, seguramente herida por muchas noches oscuras pero cicatrizada en un horizonte de luz y de paz, que tiene forma de ancla y se abre como puerta jubilar para los que un día creyeron que habían perdido lo último que se pierde, cuando alguien se puso a su lado y les anunció, más con hechos que con palabras, que llegaba para ayudarles a encontrarlo.

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