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CULTURA
Actualizado 16/01/2025 09:07:32
Charo Alonso

El autor vallisoletano, que ha ganado los más importantes premios, visitaba la ciudad con 'El cuarto de los sombreros'

Un libro publicado, como nos tiene acostumbrados, la editorial Galaxia Gütemberg de forma bellísima, con una sugerente portada que casa muy bien con esta historia plena de atmósferas sutiles que escribe el escritor vallisoletano que llega a la presentación con la serena seguridad que ya le conocemos. Gustavo Martín Garzo es un visitante asiduo de la librería Letras Corsarias, y recala en ella con su discurso literario pleno de belleza, ese fluir del cauce de su escritura que, para sus lectores, da igual lo que cuente, porque nos hace navegar por el gusto por la escritura, por la exquisita factura de su prosa.

Martín Garzo deja que el lector se macere en aquello que, como estilista del lenguaje, sabe hacer tan bien. Y el público que llena la librería le escucha con arrobo mientras la historia se oculta y desvela a medida que la epístola de una mujer sin nombre relata, no una historia de amor, sino la evocación de lo que pudo haber sido. Y lo hace con un inusual subgénero narrativo: la novela breve de corte cervantino, ejemplar, la nouvelle, más larga que un cuento que condensa en sus dos partes la brevedad y levedad de un narrador siempre presto a trabajar aquellos temas que, aparentemente nadie desea tocar, como la fantasía, la magia del cuento tradicional, el sentimiento religioso.

Novelas que el autor denomina “católicas” y que sorprenden al lector. En la primera, la sutileza lo embarga todo, el cine, en el caso de la película de 1964, “Gertrud”, una embriagadora obra en blanco y negro de Dreyer, de nuevo le sirve al autor para relatar una historia de amor imposible en la que la penuria y el desconocimiento detienen a los personajes en lo que supone también –una de las protagonistas es escritora- un ejercicio metaliterario sobre la ficción. Y en la segunda, “La mentirosa”, nos acerca a la delicada y trágica historia real de Bernadette Soubirous, la niña a la que se le apareció la supuesta virgen de Lourdes. En ambos casos, la penuria, el frío y el desvalimiento, lo prodigioso en lo cotidiano marcan a estas mujeres visionarias de las que habla el autor con entrega y apasionamiento. Y lo hace también incidiendo en sus constantes: el don del lenguaje nos hace humanos, la ficción, también. Hay en su discurso un deseo de volver al mundo anterior del que procedemos y una defensa encendida del relato tradicional, de esa infancia que necesita cuidado y lectura.

Naturaleza, arte, deseo, amor… para Martín Garzo, de nuevo en los cuentos de hadas está todo lo que debemos saber. Y en esa búsqueda, el autor se deja llevar. Sus dos historias, que debían ser tres, en homenaje a Robert Mussil, recuerdan un viaje de adolescencia a Lourdes donde encontró en la cueva la intimidad de lo prodigioso, esa visión, ese algo inefable que capta perfectamente en su prosa el autor vallisoletano y que tan ligado a su persona encontramos sus lectores, sus atentos escuchantes. Porque Martín Garzo es uno de los escritores que mejor habla, sumiéndonos en un estado de expectación, niños que esperan ese “algo”, esa cita, esa frase plena de belleza que le dé sentido a tantas cosas más allá de la realidad, en esos tejados del ensueño que su voz pausada convoca.

En el silencio, bellísimo, de la librería, Martín Garzo habla de su pasión por el cine, de que el amor es el mayor misterio de la vida. Una vida en la que los niños, antes de ser niños, eran pájaros. Pájaros que sobrevuelan las páginas de dos historias que nos devuelven la fe en la literatura. La literatura sugerente, estimulante, capaz de llevarnos a un mundo diferente y, al mismo tiempo, ayudarnos a superar el nuestro. Y algo, tras la partida del autor aletea en los lectores, un no sé qué que quedan balbuciendo.

Charo Alonso.

Fotografías: Letras Corsarias.

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