OPINIóN
Actualizado 11/01/2025 09:36:02
Juan Ángel Torres Rechy

La última vez que le daré like a nuestra amistad de las fotografías no será el día que vuele a un país asiático y vea una película surcoreana que no me haga pulsar stop.

Señalética
Hoy cuando desperté y vi que no había subido nuestra columna, me pregunté qué podría escribir en 45 min. Me levanté, cepillé mis dientes, hice unos buches y puse agua a hervir para el café. Me calcé unas calcetas gruesas y me senté al escritorio. Le retiré el polvo a mis gafas, acomodé un buda de madera junto a mi hulu y vi el reloj de nuevo. Faltan 40 min.
Cosa que nunca hago, abrí el gabinete de mi salón y escudriñé unas carpetas que tenía olvidadas. Teoría del número 4, vi. Abrí el fólder. De nuevo miré el reloj. Han pasado 4 min más. Pues esto, me dije a mí mismo. El tiempo es la señal. Dejé a un lado la fotografía que conservaba en la carpeta y volví al escritorio. Como ya tenía resuelto el problema, me permití reproducir un disco que me había enviado un amigo, Almost Blue, Chet Baker. Abrí las cortinas del todo.
Encamínese adelante 125 m y gire a la derecha 30 m
Por qué defenderemos, de un modo vago e impreciso, una teoría del número cuatro, como síntesis de la existencia. Antes de abordar el tema, sin embargo, presentaremos una introducción, que explicará cómo dimos con el planteamiento señalado. (Los apuntes de la teoría estaban redactados en primera persona del plural: conservaremos esa focalización, aunque podamos introducir variantes sin previo aviso.) La vida nos ha tendido a la mano unas cosas que elevaremos a un plano abstracto, para analizarlas, sin pizca de subjetividad, de manera objetiva.
En nuestro círculo de amigos de WeChat, la red social de China, tenemos a una amistad que publica en su muro, principalmente, fotografías, con contenidos diferentes, reflexivos, profundos: el cambio de tono de una fachada en las estaciones del año, un mismo cuaderno en el transcurso del semestre, el sol reflejado en el cabello de una niña, las líneas verticales en blanco entre edificio y edificio, los gestos de las personas al escuchar música en un concierto, ver pintura en una exhibición o comprar comida en la calle. La nacionalidad de nuestra amiga acaso no resulte necesario referirla, pues realmente no nos interesa ella, sino lo que hace.
Gire a la derecha 30 m
Sus fotografías nos llaman la atención, además, por la soledad que reflejan. De alguna manera, que no atinamos a capturar en esta frase, acaso no por incompetencia literaria, sino porque existen cosas sin equivalente en las palabras, sus fotografías reflejan la condición de una vida consagrada a otro mundo.
30 m
Ocasionalmente, reacciono (he optado por la primera persona en singular) a sus publicaciones. Les doy like, me gusta. Aunque las más de las veces prefiero no hacerlo. Omito reacciones o comentarios, no por la remota posibilidad de que mi apreciación pueda granjearle una vanidad que entorpezca su talento, sino porque prefiero limitarme a ponderar sus tomas en mi interior, sin tocarlas afuera. Miro sus fotografías, recorro el muro con las demás publicaciones de mis otros contactos y tiro para delante.
Ahí
Como millennial que soy, con una estética de la inercia hacia el Renacimiento, Edad Media, Antigüedad Clásica, Antigüedad más Clásica Oriental, etc., doy tumbos de lo analógico a lo digital, sin terminar de precipitarme en los pixeles. A decir verdad, empleo las débiles potencias de mi alma no en volcarme yo en esos pixeles, sino en volcar dentro de mi cabeza vacía lo que de ellos pueda pasar la censura de las pupilas de mis ojos. La última vez que le daré like a nuestra amistad de las fotografías será el día que vuele a un país asiático y vea una película surcoreana que no me haga pulsar stop. Mientras, esporádicamente, lo seguiré haciendo.
¿No? Allá hay otro más
Las fotografías de nuestra amiga, agregamos, miran hacia atrás. Lo hacen al modo de una selfie, pero no en términos materiales de un teléfono con la lente apuntando a uno: sus fotos no exhiben ningunos labios, ningunos hombros, ningunas efemérides entre amigos); sus tomas, en cambio, ponen sobre la mesa el mundo que tenemos a la vista, pero visto por las niñas de sus ojos. Vemos su pensamiento, intelecto. Cuando dispara el obturador, arroja sobre la noche oscura de nuestro estro, el brillo de una estrella grande.
Pero no todo en la historia tiene el encanto de un cuento de hadas. Érase una vez, entonces, una joven (la nuestra) que sobrevivió a un accidente trágico. Gracias a su fortuna, sigue entre nosotros. Por eso rescato los momentos bellos de la vida, me confesó. Dejó a un lado el azúcar, removió el café con la cuchara, lo probó. Esa es la razón por la que tomo fotografías, continuó.
Ella usa imperdibles. Siempre tiene uno en sus suéteres, sus abrigos, sus blusas. Con frecuencia, lleva su mano a él y lo acomoda. Lo hace después de una frase significativa. En esta ocasión, no llevó la mano al imperdible de libélula de su suéter, en cambio, se acomodó el cabello detrás de la oreja. Le dio otro sorbo a su café. ¿Te gusta?, le pregunté. Algo que me llama la atención de este café es que sirven la taza hirviendo. No lo había visto en ningún otro lado aquí. Ustedes en Latinoamérica lo prefieren así. Tú lo sabes mejor que yo, tú eres mexicano.
Siga esta dirección, gire a la izquierda, y de nuevo a la izquierda, 230 m
Tú eres una persona discreta, le dije, pero todos sabemos que tienes admiradores. ¿No te resulta difícil la carga de la responsabilidad de mantenerte, digamos, a esa altura? En el café sonaba un disco de Asia Central, de Kazajistán, probablemente. En Suzhou, yo había escuchado música kazaja por un colega del departamento de ruso. ¿Cómo llevas ese asunto?, le pregunté.
No es para tanto, respondió de inmediato. No sumo miles de seguidores. Tampoco he explotado económicamente nada. ¿Recuerdas la revista de S. que te regalé impresa un día? Sí, contesté. Nunca me ha pagado ninguna contribución. Pero así es mejor, se apresuró a aclarar. De ese modo, usando el lenguaje de ustedes en el mundo hispánico, atesoro una presea en el cielo. Yo brindé con la taza de café.
En la mesa al lado había otra pareja internacional. Ella era china y él francés. Hablaban en voz queda. Parecía que no querían que nos enteráramos que hablaban de nosotros. Cuando vieron el zumo de naranja que me trajo el camarero, ellos pidieron uno igual. Yo intenté leer lo que sucedía en su mesa, pero al parecer no atinaba. No sabía si ella lo acompañaba durante su estancia en el país, o si tan solo habían quedado ese día.
Aquí son los 230 m
Él no se da cuenta que le gusta a ella, dijo mi amiga, llevando la mano al imperdible. Apuraron el zumo de naranja y salieron a la calle. Él tenía la mirada clavada en el teléfono y la mano en el bolsillo. Ella lo veía hacia arriba. Es una lástima, prosiguió mi compañera. Eso sucede a menudo. La gente no se entera de las cosas. Oye, Juan Angel, ¿tu teoría del número cuatro de qué va?
(No encuentro las demás páginas. El contenido siguiente no corresponde con el anterior. Intentaré, por lo tanto, usando la memoria, sin que medie, en la medida de lo posible, la imaginación.) El uno y el dos intervienen en el principio de la creación de algo: una persona le cuenta algo a otra, le muestra fotografías, le ofrece un servicio, etc. El tres corresponde a lo que me parece que Foucault llama heterotopías, que descontextualizan lo anterior y lo dotan de un sentido nuevo, como un café, una disco, un aeropuerto. El cuatro, finalmente, es el estado al que llega el personaje del cuento de Borges, La escritura del dios. La persona pierde importancia, desaparece, apaga su lámpara. La noche del cosmos, en cambio, enciende sus luminarias.
A Foucault apenas lo he leído, dijo mi amiga como respuesta. Mi padre le está dedicando un estudio, donde aborda precisamente el tema de las heterotopías, esos lugares que de algún modo se encuentran fuera del orden impuesto por el mundo. De manera en extremo paciente y meticulosa, toma notas sobre los apodos de las personas que conoció en su vida laboral, para cartografiar ese mundo imaginario. En cuanto a tu número cuatro, Juan Angel, yo apuntaría una cosa diferente.
Antes de referir su comentario, sin llevar la mano al imperdible, acomodó de nuevo su cabello detrás de la oreja y cruzó las piernas, haciendo sonar el tacón de sus botas. Para mí, un número cuatro más querido, más real, no menos trascendental tampoco, sería el de los días que tuviera que esperar para reencontrarme con las personas que me quieren.
Aquí
Por cierto, Juan Angel, ¿adónde puedo ir a lavarme las manos?
torres_rechy@hotmail.com

Etiquetas

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >Ruta de navegación