Al ajuar de la memoria le sobran objetos en los que nadie repara, aperos de la vida cotidiana que quedan atrás, sin más brillo ni valor que el de la rutina diaria, la que se remansa en las hora de la vida ascética, sencilla, lejana. Nuestros mayores dejaron tras de sí una estela de recuerdos acompasados de objetos investidos de una sacralidad mágica. Porque era pocos, porque eran de ellos, y solo el poeta albercano en los versos y sus renglones los rescata, los restaura, los guarda en la alacena del corazón para que los demás, leyendo sus palabras, recordemos el valor de aquello que acompañó nuestros días de infancia.
Escribe José Luis Puerto sobre los sagrados objetos de la memoria y los rebusca Carlos Sá Mayoral en las montoneras del rastro donde se oculta la historia inmediata de la ciudad letrada, la provincia profunda que se vacía cuando mueren los mayores y no tenemos sitio para sus trastos, para sus objetos de vida que se hacen recuerdo que nos sobra. Y el objeto, investido de uso, de sagrada unción, acaba en la almoneda. Y es el chamarilero del amor el que lo recobra en una charla tras la comida ¿Recuerdas aquel cubierto de la mesa que servía el corazón en comunión diaria? ¿Dónde está, que fue de su utilidad, de su belleza, de su diario acontecer que jamás se rompía?
Tienen los restos del pasado un rastro de piedra seca que diferencia los huertos, las lindes del corazón, las eras que ya no se utilizan. Y las piedras, amontonadas aparentemente sin orden ni concierto, dejan un regusto amargo en la memoria, cubiertas ahora de liquen y de cencellada. Viene el invierno a convertir en escultura frágil la hierba que se cubre de escarcha helada, viene el tiempo en el que recogemos los aperos de la navidad para otro año en el que no nos falte nadie a la mesa y recorramos el mantel con los platos de la fiesta. Viene el frío a recordarnos la necesidad del guante, de la bufanda, del gorro del niño que se pierde a cada rato… y la luz que deja de menguar para regalarnos, día tras día de vuelta al trabajo, un momento más de alegría, un pedazo más de vida. Y creemos en las virtudes del calendario nuevo, en la esperanza de la mejora, en la llegada de una primavera que, como dijo Camus, vive en el más duro de los inviernos. Aquel que condena al objeto hermoso al olvido que seremos, aquel que rescata la memoria de lo que vivimos. Aquel que nos hace, humanos, sagrados, buenos.