OPINIóN
Actualizado 24/12/2024 08:28:11
Francisco Delgado

El pasado jueves 12 el grupo teatral Calamandrei, de la Universidad salmantina, llevó a escena en el Teatro Juan del Encina la obra de Lorca “Bodas de sangre”. Con el aforo completo, la mayoría de público universitario que sugería sentirse muy próximo a los valientes intérpretes que habían tomado la decisión de esa difícil representación, dirigidos por Federico Bueno, siguieron con emoción y muy atento silencio esa “Bodas de sangre”, llena de poesía, de desgarros, de belleza pictórica y de sangre.

Desde el inicio del Cuadro Primero del Acto I, el poeta, el dramaturgo Lorca, a través de los dos personajes centrales, la Madre y el Novio, traza con maestría el marco, reluciente y colorido, donde se va a desarrollar la tragedia. Marian Martín, la actriz encarnando a la Madre y Guillermo Pérez en el papel de Novio, lo sintieron en todo su ser de actores: sintieron que ese diálogo inicial entre ambos en torno a ir a las viñas con la navaja “para cortar las uvas”, o sin ellas, para imposibilitar cualquier violencia, estaba decidiendo el mundo que Lorca creaba con sus palabras mágicas de poeta de nuestra tierra.

Escuchando ese eterno diálogo entre la madre despojada con violencia de todos sus hombres, excepto del que tiene en su presencia y ese hijo que necesita continuar la llamada de la vida a pesar de todos los Miedos y deseos que la madre expresa, los espectadores nos sentimos enganchados hasta el final de ese camino de amor y violencia de unas “·Bodas de sangre”.

Y ese diálogo abre las puertas al resto de personajes ( Leonardo, la Suegra, la Vecina, la Criada, la Luna…) que con el lenguaje ya iniciado de madre e hijo, sigue tejiendo el rostro contradictorio de la naturaleza humana: amor y odio, valentía y miedo, violencia y ternura, luz y oscuridad, belleza y muerte.

¡Con qué aparente facilidad el gran poeta nos pinta con nítidos colores y formas lo constante del ser humano!: de la mujer que da la vida, la cuida, ama, se extravía… y del hombre cuyos esfuerzos, leyes y órdenes nunca terminan de poner a salvo lo que más ama, esa misma vida.

Hace poco me contaron que, un tiempo antes de morir, Lorca había dicho al grupo de amigos de siempre: “Cuando me muera nunca me vais a encontrar”. El milagro del poeta que ve lo que sucederá más allá de su tumba.

Pero la otra tarde, en la sala Juan del Enzina, el grupo Calamandrei, con su sólido trabajo, nos mostró dónde sigue viviendo Federico García Lorca.

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