OPINIóN
Actualizado 19/12/2024 08:04:59
José Luis Zunni

Cuántas veces hemos escuchado la expresión “la verdad duele” o también aquella otra que dice “antes o después se sabrá la verdad”. Son diversas y muy elocuentes las expresiones que sobre la verdad nos nutre el lenguaje coloquial, aunque lo que sí podemos afirmar es que, al final del tortuoso camino de engaños que se puedan esgrimir como verdades, la auténtica verdad termina aflorando.

¿Es quizás que me estoy refiriendo a mentiras que flotan en el ambiente de convivencia diaria de una pareja? Desde ya que sí, pero lamentablemente cuando esto ocurre también antes o después la relación colapsará. ¿Es que centro el tiro en las palabras que se dicen en los ámbitos empresariales, si se da el caso de una empresa en la que se exageran beneficios y expectativas que no son ciertas? También digo que afirmativo, más cuando los consumidores entienden que se les ha engañado, por lo que difícilmente esa organización podrá recuperar la consabida reputación corporativa. ¿Es que estoy atacando a la clase política en general? ¡De ninguna manera! Lo que digo es que los que mienten o hacen mal uso del lenguaje manipulándolo, son personas que están en el ejercicio de su profesión política y por la conducta de unos pocos no debemos contaminar, ni siquiera hacer prejuicios sobre la política como ciencia al servicio de los ciudadanos.

Lo que sí es cierto cuando nos formulamos estas preguntas, es hacernos la composición de lugar de que algo mal habremos hecho como sociedad (a escala global) cuando la sostenibilidad, da igual que sea de una empresa, de una pareja o quizás de un gobierno, tenga que apoyarse, aunque sea en una parte de ese relato de convivencia, en hechos que no son verosímiles. Cuando así ocurre, la materia en cuestión deja de pertenecer al ámbito político o al empresarial o al de las relaciones de pareja, ya que el auténtico problema subyace en nuestra naturaleza humana. La verdad no pertenece a ninguno de los colectivos señalados, sino que todos se deben a ella.

Somos imperfectos desde el mismo momento en que tenemos uso de razón, siendo la educación y el nivel cultural medio de una población un muro de contención para la mentira. También hemos aprendido que para sobrevivir en nuestra lucha diaria nos enfrentamos a una cantidad de desafíos que tenemos que vencer cada día.

¿Y qué mecanismos de supervivencia encontramos como más cómodos cuando no existe en nosotros el espíritu de sacrificio? También, como suele decirse “tirar por la vía del medio”. Aunque valernos de las famosas verdades a medias (difíciles de categorizar si son más mentiras que verdades o viceversa) es a lo que recurrimos justamente porque nos resulta cómodo para ese instante en que tenemos que dar una respuesta, pero siempre cuando hacemos uso de este ardid nos termina pasando factura.

Cuando ese espíritu de lucha y esfuerzo lo tenemos a su vez reforzado por una carga sólida de principios y valores, la verdad estará protegida por la integridad, que sin duda es una de las más importantes virtudes que se puedan tener, en el ámbito político, empresarial o personal, porque a quién nos refiramos le categorizaremos como una persona íntegra.

Pero cuando hacemos la elección de seguir el camino que creemos es más corto y que demanda menos esfuerzo, para lo cual hay que sacrificar la verdad o simplemente no afrontarla, creemos ingenuamente (depositamos toda nuestra confianza) que gracias a ese atajo podremos salir del problema, cuando en realidad lo que estamos haciendo es hundirnos un poco más en el lodo. Y el impulso de querer salir de arenas movedizas es infructuoso.

O sea, la mala praxis en cualquier ámbito en el que nos movamos (empresarial, personal, político, etc.) de recurrir a medias verdades, aunque no se correspondan con lo que se entiende por falsedad y mentira, lo único que hace es convertirse en un boomerang cortoplacista que va a entorpecer y también desvirtuar la comprensión de la realidad, de lo que simplemente es de determinada forma y manera. La verdad es como esa montaña que creyendo que la dominamos deseamos conquistarla intentando coronar su cima (hacer uso de ella como más nos convenga), y este es el error que cometen siempre los falseadores de la realidad.

Quién engaña con mentiras lo que no puede es engañar a la realidad en sí misma. De ahí también la expresión tan cierta de que “la realidad es tozuda”, que lo que nos viene a confirmar es que por mucho que queramos cambiar las cosas, la realidad siempre termina imponiéndose.

¿Por qué en el caso de los políticos desvirtuar la verdad es casi un deporte nacional? Porque incluso, aunque el político de turno sea honrado (que es lo que debemos presuponer de la clase política), siempre se tentará en hacer demagogia, que se derivará de dos situaciones típicas: la de prometer cosas que no puede cumplir (porque en realidad cree que puede y solo ha hecho un mal cálculo), lo que le exime de recurrir a la mentira con intencionalidad, ya que este tipo de actitudes es más propia de un incompetente; el que promete a sabiendas que no puede cumplir, o sea, desde el vamos está distorsionando la verdad y no importándole la conducta que ejerce, porque pertenece a ese tipo de personas que coloca a la verdad o la media verdad a la altura que le interesa. Normalmente, para este tipo de actitudes (conductas) prevalece el interés personal por encima del general.

Lo interesante de todo esto es que las sociedades de nuestro entorno europeo y especialmente la española (no olvidemos que somos la cuarta potencia de la UE), son muy evolucionadas no solo desde el punto de vista social, cultural y económico, sino en cuanto a la actitud que los ciudadanos tienen frente a la verdad. Nos interesa que se nos diga la verdad sin ambages.

Desde ya que el político que más éxito cosecha es aquel al que la gran mayoría le cree que dice la verdad y que actúa en consecuencia. Por tanto, su sostenibilidad en el puesto de poder que ostente, se basará en dos cosas: la competencia demostrada sobre la gestión en pro de los ciudadanos; la percepción que la ciudadanía tenga de él/ella de que siempre, a pesar de las dificultades, dice la verdad.

Pero el día en que ese político es pillado en un renuncio, aseverando por la cara algo que sabe que no es cierto, la reacción natural de los ciudadanos es quitarle ese crédito que le habían dado y a partir de ese momento ser más exigentes no solo con lo que dice y promete, sino en cuanto a los resultados de su gestión.

¡Cuánto sufrimiento se hubiese evitado en la historia si los responsables de guerras e injusticias se hubieran visto sometidos a la verdad!

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