OPINIóN
Actualizado 18/12/2024 07:21:03
Juan Antonio Mateos Pérez

Nadie tiene originariamente más derecho que otro a estar en un determinado lugar de la tierra.

IMMANUEL KANT

Temo un mundo sin valores, sin sensibilidad y sin reflexión; un mundo en el que todo es posible. Entonces, lo que se convierte en lo más posible es el mal.

RYSZARD KAPU?CI?SKI

Los Días Internacionales sirven para sensibilizar, concienciar, para poner a disposición de todos, cuestiones de interés internacional y señalar que existen problemas sin resolver que afectan a muchas personas. Todas las voces cuentan para visibilizar y para poner de relieve el entorno cada vez más complejo en el que se produce la migración. Las guerras, las catástrofes climáticas y las crisis económicas siguen empujando a millones de personas a abandonar sus hogares en busca de seguridad o simplemente de oportunidades.

Una de las preocupaciones que más inquietan a los europeos es la llegada de inmigrantes y refugiados. Las encuestas del Eurobarómetro así lo reflejan. Muchos tenemos conciencia que alguna vez hemos sido emigrantes, nuestros familiares salieron de nuestros pueblos y ciudades buscando una vida mejor y más digna. Si nuestros antepasados algún día fueron extranjeros, muchos ciudadanos contemporáneos ahora lo son, y quizá nosotros en un futuro lleguemos a serlo.

Las tendencias de los movimientos migratorios en los Estados miembros de la Unión Europea han cambiado radicalmente en las últimas décadas. En la actualidad es muy diferente de la que se encontraron nuestros padres y abuelos donde la Europa del sur nutrió la gran oleada de trabajadores que se desplazaron hacia los centros industriales del noroeste de Europa en búsqueda de unas mejores condiciones laborales.

En la actualidad los países meridionales, entre ellos España, se han convertido en países receptores de inmigración extranjera, a la vez, que los países septentrionales establecían fuertes restricciones a la inmigración extranjera. En la actualidad toda Europa Occidental se ha convertido en una de las principales regiones de inmigración del planeta concentrándose en las regiones más urbanizadas. A pesar de una cierta congestión de las zonas urbanas, no podemos negar que este éxodo laboral ha contribuido a paliar el problema del envejecimiento de los países de acogida y ha supuesto un impacto positivo en sus economías.

Pero no sólo en Europa, el proceso migratorio es un fenómeno que afecta a todo el planeta y que es propio de las sociedades globalizadas, donde la mundialización económica implica la movilidad y flexibilidad de todos los factores productivos, incluida la mano de obra, lo que ha dado origen a una generalización de las migraciones internacionales. La globalización de las comunicaciones y el abaratamiento de los transportes, así como la actuación de una manera cada vez más generalizada de mafias que trafican con personas, ha supuesto una movilidad cada vez más generalizada de la población.

Nos recordaba Adela Cortina, que es imposible no comparar la acogida entusiasta y hospitalaria con que se recibe a los extranjeros que vienen como turistas con el rechazo inmisericorde a la oleada de extranjeros pobres. Se les cierra las puertas, se levantan alambradas y murallas, se impide el traspaso de las fronteras. El año pasado se registraron niveles récord de desplazamientos internos, se incrementaron las necesidades humanitarias en nuevas y actuales crisis y, trágicamente, se alcanzó la cifra más alta de muertes de migrantes en tránsito. Sin embargo, junto a estas situaciones, hay historias de resiliencia, progreso y esperanza.

Todos los países están involucrados en el desplazamiento de personas, bien como países de origen, en tránsito o destino. Según datos de las Naciones Unidas, existen unos 250 millones de migrantes en todo el mundo, aumentando un 60% en los últimos 25 años. El 50% de ese total reside en diez países industrializados: Australia, Canadá, Estados Unidos, Francia, Alemania, España, Reino Unido, Federación Rusa, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos.

El debate sobre la inmigración, tan lleno de matices, se presta al simplismo y a la más cruda demagogia. La cuestión migratoria irrumpe con frecuencia en los debates públicos estigmatizada como un factor conflictivo en un doble sentido: como riesgo para el bienestar económico del país anfitrión y como amenaza para la seguridad ciudadana. Es presentada sin rubor como sinónimo de ilegalidad, miseria, conflictividad y delincuencia. Se ha forjado y difundido una imagen negativa de las migraciones en el subconsciente colectivo que no ayuda a nadie, ni a las políticas de los países y mucho menos a los inmigrantes.

Sorprende que, en un país como el nuestro, envejecido y con tasas de crecimiento que podían ser negativas, esté calando en la sociedad el discurso del miedo a los inmigrantes. Muchos no se sonrojan al afirmar que los inmigrantes son delincuentes, que están quitando el trabajo o que se están aprovechando del Estado y la Seguridad Social. Un discurso que está siendo aprovechado por los partidos extremistas, proyectando la idea que la inmigración es una amenaza. Todos sabemos que la buena política debe estar al servicio de la paz, y debe respetar y promover los derechos humanos fundamentales.

El aumento de la población activa produce un aumento del PIB, ya que hay más genta a mano para trabajar y más en un país envejecido. Por otro lado, un inmigrante además también aumenta la demanda, necesita vivienda, alimentarse, vestirse, ir de compras, pagar impuestos, sostener las pensiones. Su mera existencia hace que haya más consumo y ese consumo, a su vez, aumentará la demanda de empleo. La realidad es que la inmigración tiene siempre efectos positivos y los costes sociales son mínimos.

Más allá de las actuaciones concretas, todos podemos contribuir a construir un mundo en el que la migración sea segura, ordenada y beneficiosa para todos. Ahí están los valores que fundamentan y dan vida a nuestra sociedad democrática, como la libertad en todas sus facetas, la igualdad de hombre y mujer, la tolerancia y el respeto a los otros. Valores que sirven para garantizar la paz social. También debemos de subrayar un sentido comunitario de solidaridad y de justicia social como un imperativo categórico del corazón humano y de los poderes públicos.

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