Un artículo de Miguel Ángel González, prior de los Carmelitas Descalzos de Alba de Tormes y Salamanca
Sólo tres veces emplea Juan de la Cruz en sus escritos la palabra “felicidad”. Queda en parte compensada esta penuria verbal con otras voces equivalentes, como “dicha” y “dichoso’ “deleite”, “solaz”, etc. que comparecen con un centenar de frecuencias. Lo importante es que la realidad y el significado de la auténtica felicidad estén sumamente presentes en su vida y el su obra.
I. Hombre feliz en comunión: Juan de la Cruz cifró la más alta y pura esencia de la felicidad en el amor. Desde esta suprema perspectiva fue un hombre feliz, porque amó mucho y fue amado sincera y tiernamente aunque pobres, se amaron en su pequeña y reducida familia, su madre y su hermano, permaneciendo fieles, comunicativos, afectuosos, unidos a pesar de las distancias; incluso los lleva a sus conventos para que ayuden a los frailes con su trabajo. Su madre recibirá sepultura en el Carmelo teresiano de Medina del Campo, y a su hermano Francisco, pobre y analfabeto, lo presentará a los señores de Granada como “la joya que más apreciaba el en el mundo”.
Amó y fue amado fray Juan por los religiosos, que le elegían y reelegían para superior de las casas, y leían y copiaban sus escritos, que gracias a ellos han llegado en varios códices hasta nosotros. Fue amado sobre todo por las religiosas, que no se cansaban de escucharle, oyendo con embeleso sus enseñanzas y poniéndose bajo su dirección espiritual. Con tan experto guía hacían grandes progresos en el camino de la perfección Esto hacía crecer en todos sus dirigidos y dirigidas la estima y el afecto hacia un hombre “tan celestial y divino” en expresión de Sta. Teresa. Nos han llegado muy pocas cartas de fray Juan de la Cruz, solamente 34. Pero en ese corto epistolario se eche bien de ver la delicadeza, el cariño y el amor que encerraba este hombre en su corazón.
Le resta aún a fray Juan otra dimensión de la felicidad: la que se deriva del amor divino. Desde este plano espiritual, su ventura no conoció término ni límite. Estudió y columbró la verdadera sustancia de la felicidad posible, la expuso con profunda reflexión en sus libros, iluminó las mentes con su irradiación y la cantó con arcangélica melodía. Él no habló de felicidades terrenas, sino de la felicidad eterna (CB 38,1) y de la felicidad in?nita (Po l, 1). Percibió para si y brindó para los demás la felicidad como un indecible aquello que no se puede decir con nombre sobre la tierra. Y murió fray Juan de felicidad un día en Úbeda, porque murió de amor.
II. A la felicidad por la santidad: J. de la Cruz no concibió ni para sí ni para los otros Ia ver dadera felicidad si no era como fruto espontáneo de la santidad Él así la buscó y la halló y la poseyó y Ia gozó. Tampoco fue a Ia santidad exclusivamente como tal santidad, sino como una vivencia y exigencia del amor. Su programa era amar a Dios como Dios debe y quiere ser amado, sin trabas y hasta las últimas consecuencias, hasta alcanzar la unión plena con él. Eso es la santidad para fray Juan y eso es lo que confiere en este mundo la dichosa ventura de la única felicidad. Él la logró para sí; la procuro para sus hijos espirituales; y la consignó por escrito para las futuras generaciones. Porque todos estamos llamados a la santidad como estamos predestinados a la felicidad, una felicidad de enamorados a lo divino.
III. Doctor y poeta de la felicidad: J. de la Cruz es doctor de la Iglesia por sus escritos. Er ellos trata de llevar a las almas a la perfecta comunión con Dios, esa comunión en la que esas almas encontrarán cuanto desean, cuanto quieren, cuanto aman. Es decir, hallarán todo cuanto buscan y necesitan para ser felices del todo y para siempre. E , este sentido desarrolla el Santo su teoría por elevación. Para esto el experto guía procura, primero, quitar los impedimentos, las imperfecciones, las aficiones, Io que es negación de Dios; segundo, llenar al alma de perfecciones y virtudes, asemejándola en entendimiento y voluntad a Dios para alcanzar la comunión con El, queriendo lo que Dios quiere y amando lo que Dios ama.
Para estimular al alma a este alto y feliz estado de la eterna e infinita ventura fray Juan le va mostrando por piezas todas las muchas bellezas y gozos que trae para el hombre la posesión de Dios, y aquí es un derroche de dones, consuelos, gozos, recreaciones, gustos, deleites y maravillas que no puede haber- las juntas en ninguna otra parte ni es capaz de imaginar el más encandilado soñador.
Ofrecemos a continuación un muestrario del vocabulario sanjaunista con referencia directa a la felicidad. Para no empedrar esta intervención de incontables citas y números de la Llama de amor viva las englobamos todas por el orden de las respectivas estrofas:
- Estrofa 1ª: “Ríos de gloria, copiosidad del deleite, torrente de tu deleite, que a vida eterna sabe, jocunda y festivalmente abrazo abisal de su dulzura, muerte muy suave y muy dulce”.
- Estrofa 2ª: “El deleite sobremanera, lo fino del deleite hasta los últimos artejos de pies y manos, anda el alma como de fiesta, divinos modos de deleite, no es increíble que así sea” “La delirios del deleite que se siente es imposible decirse; no hay vocablos para declarar cosas tan subidas de Dios como estas almas pasan”.
- Estrofa 3ª: “Un paraíso de regadío divino, abismo de deleites, delectación grande, su sed es infinita, deleite y hartura de Dios”.
- Estrofa 4a: “Fuerte deleite, totalmente indecible, cuán dichosa es esta alma”.
El mismo procedimiento se puede seguir en el Cántico espiritual.
IV. Dichosa vida: El depositario y beneficiario de todos estos bienes y consuelos e indecibles delicias para J. de la Cruz es un ser enteramente feliz y así lo define como al hombre más dichoso de la tierra en un anticipado paraíso de gloria. Exclama: “¡Dichosa vida y dichoso estado y dichosa alma que a él llega! donde todo le es sustancia de amor y regalo y deleite de desposorio” (CB 20-215).
Todo esto se explica si se tiene en cuenta lo que afirma este doctor de la Iglesia acerca de la condición divina de estas almas llegadas a la perfección; a saber: “Las almas, los mismos bienes poseen por participación que Dios por naturaleza; por lo cual verdaderamente son dioses por participación, iguales compañeros suyos de Dios.” (CB 30,6)
En otro lugar pondera el santo: “viviendo el alma aquí vida tan feliz y gloriosa, como es vida de Dios, considere cada uno, si pudiere, qué vida tan sabrosa será esta que vive” (CB 22, 6).
Juan de la Cruz, este santo, esencialmente feliz, brinda felicidad a los mortales; este doctor señala el camino que conduce al paraíso y este poeta dice su canción de la alegría a cuantos quieran avanzar a su vera.