LA SIERRA
Actualizado 16/12/2024 13:08:04
Redacción

Titulados 'La Alberca. Memoria y Patrimonio. (1) Lo sagrado' y 'La Alberca. Memoria y Patrimonio (2) Lo Profano'

La obra en conjunto de José Luis Puerto resulta esencial para la historia de las mentalidades. Él no es un historiador pero es un etnógrafo, ensayista, traductor, crítico de arte español, poeta, catedrático de Lengua y Literatura en distintos Institutos –debemos recordar lo que ha significado la aportación al mundo de la cultura y de la enseñanza de los catedráticos de Instituto desde su creación a mediados del siglo XIX–.

Como etnógrafo, nacido además en La Alberca, ha investigado en el ámbito de las tradiciones orales, las fiestas y celebraciones, la religiosidad popular –con un destacado ensayo publicado en la Universidad de Valladolid en 2010 “Expresiones de la religiosidad popular”–, el mundo de las creencias y las indumentarias tradicionales, los ritos festivos, los cuentos de tradición oral.

Su trayectoria, de alguna manera, encuentra un hito importantísimo en la obra que presentamos ahora, desde su cuna de La Alberca, dos importantes tomos sobre lo sagrado y lo profano bajo el título de “Memoria y Patrimonio”, donde se reúnen cuestiones, hipótesis y conclusiones ya planteadas pero también una continuada, novedosa y vanguardista labor de investigación, en esa necesidad de que el humanista revise, amplíe, profundice, intensifique lo que ya se ha planteado antes.

En este sentido no es baladí títulos anteriores como “Ritos festivos” (1990), “Cuentos de Tradición Oral. Sierra de Francia” (1995), “Guía de la Sierra Francia” (1992), “Paseo por las Hurdes” (1995), “La Plaza de La Alberca, latido de intrahistoria”(2005) y toda una sucesión de títulos que se han ido agrupando en cinco entregas en lo que se ha conocido como “Memoria visual de La Alberca”.

Lo sagrado

El profesor José Luis Puerto, premio Castilla y León de las Letras, a lo largo de muchos años, ha subrayado que la Sierra de Francia, en donde se incluye esta bella y concurrida localidad, es un territorio de muchas confluencias, con la reunión de lo cristiano, lo islámico, lo judaico, pues en La Alberca existe “una ritualidad que se expresa”, lo que se convierte en un análisis de los comportamientos, de las concepciones, de las percepciones de la vida y de la muerte, muy propia de esa historia de las mentalidades que, con mimo, nos enseñó el maestro Teófanes Egido fallecido en julio de 2024, tan interesado –como también ha resaltado José Luis Puerto– en esa “espiritualización del espacio físico”.

Por eso, para sucesivos títulos que podamos seguir aportando, de ese “comportamientos de los castellanos en los tiempos modernos”, las páginas tan autorizadas y sabias del etnógrafo salmantino resultan esenciales. Debemos advertir que la distinción entre lo sagrado y lo profano, no puede ser una pared “de cal y canto”, porque en lo segundo encontramos, desde una sociedad sacralizada, mucho de lo primero.

Esencial resulta la iglesia parroquial en este sentido, porque la religiosidad y las devociones vienen desde este templo y por las ermitas. En el caso urbano de La Alberca no existen fundaciones de frailes regulares. Pero no queremos disminuir la importancia de lo aportado desde la proximidad del desierto de Las Batuecas de los carmelitas descalzos, los dominicos que señoreaban desde la Peña de Francia a todo el territorio o el de Santa María de Gracia.

En efecto, La Alberca como localidad no tenía nada de levítico pero establecía unas relaciones muy importantes desde la percepción de lo sagrado con estos conventos. Por eso, no era extraño sino que más bien se mostraba muy apropiado, que existiesen en estos ámbitos misiones populares –por aquí comenzó el famoso jesuita misionero Pedro de Calatayud en 1718–. Ese papel de la parroquia se encuentra detallado en cada uno de sus elementos –hasta en sus sonidos a través de las campanas, el esquilón, la matraca o el órgano– además de la percepción del paso del tiempo o la regulación del mismo a través del reloj.

El siglo XVIII será muy importante, en su reforma y remodelación física –no solo en un posible reformismo de las ideas– para entender el templo que vemos hoy. José Luis Puerto se detiene en las devociones, dentro de los bienes muebles, hasta en las imágenes que nos facilitan la lectura de su retablo mayor. En esa ritualización de la vida en La Alberca, resultarán fundamental las alhajas de la iglesia parroquial –ya las veremos también en los hombres y en las mujeres–.

Decíamos que aquí no encontramos conventos pero sí ermitas, además de esta iglesia y en cada una de ellas se detiene, el autor de esta gran obra monumental. Esencial será el mundo de la sociabilidad devocional a través de las cofradías, convirtiendo a La Alberca en un escenario privilegiado y completo para estudiarlas: la del Santísimo Sacramento, Santo Nombre de Jesús, la Vera Cruz, Santo Sepulcro, Nuestra Señora de la Asunción –pensemos que las fiestas mayores son las propias del 15 de agosto–, Nuestra Señora del Rosario y del Carmen –que proceden desde la labor de los mendicantes–, Nuestra Señora de Majadas Viejas, San Antonio Abad, San Juan de Sahagún y Santa Ana.

José Luis Puerto dedicará un espacio amplio y específico a la Cofradía del Santísimo Cristo o Cristo del Sudor, desde su imagen, las percepciones de su carácter milagroso, la vinculación a la reliquia de la espina y el funcionamiento de su cofradía. Pero hay un culto que ha resultado esencial hasta la actualidad –hasta el punto de poderse convertir en una atracción turística y, por eso, desvirtuarse, perder su carácter esencial y genuino– y es el propio a las Ánimas Benditas del Purgatorio, con la “mozas de ánimas” que hoy contemplan asombrados los turistas, los muchos turistas, al caer de la noche. Sin duda, el deseo de conocer esta cultura tradicional desde una actitud de la curiosidad turística, y no desde el análisis del conocimiento histórico y etnográfico, puede suponer un riesgo.

La historia de las mentalidades insisten en la preocupación fundamental desarrollada en aquellas sociedades sacralizadas: la de la salvación del alma, la necesaria intervención desde la tierra para reducir las penas de los que las estaban purgando. Y de ahí que existiesen también capellanías fundadas para ese ámbito relacional divino y humano de la intercesión.

La realidad estaba plagada de necesidades de protección y José Luis Puerto lo detalla a través de las cruces en las afueras del caserío, las incisas sobre peñas y jambas de granito, en los caminos de salida hacia los huertos –donde también podían existir sus peligros, en el mundo del trabajo y en una naturaleza que todo lo rodeaba y a veces se mostraba hostil–, en las jambas granítica de las puertas, así como los anagramas e inscripciones religiosas que todo visitante, en La Alberca, puede contemplar en su paseo de manera repetida.

Concluye este primer tomo con algunos eclesiásticos albercanos, que han tenido su eco también en la percepciónde la localidad: Antonio Velasco, Francisco de la Huebra, el bachiller y presbítero Tomás González –con mucha palabra autorizada que decir sobre el mito de las Batuecas– y el obispo ilustrado José Pérez Calama.

Lo profano

Mucho más amplio será el análisis de “lo profano”, pero no porque lo sagrado fuese menos importante sino porque, además, muchos de estos ámbitos están relacionados con lo anterior. En primer lugar, el pueblo y su gobierno, con la necesidad de conocer a través de las fuentes las características del vecindario –cuando había ausencia de un interés estadístico en las mismas–.

En ese gobierno se encuentra el mundo de los privilegios, los regidores, los concejos públicos, los escribanos, los eclesiásticos pero también la contribución a las milicias. No se puede olvidar las características de los tributos pero también los de los diezmos. Si quería hacer José Luis Puerto un análisis completo –una historia total– se tenía que detener en el urbanismo, tanto de su casco urbano, hasta todo lo que significaba el término con el apasionante mundo de los caminos y las calzadas, así como la relación de La Alberca con las localidades cercanas de Mogarraz, Sotoserrano, Herguijuela de la Sierra o Cepeda.

En esa cotidianidad profana estaban los servicios del Concejo –la casa mesón, la alhóndiga, sin olvidar las carnicerías, la sal, la taberna con un elemento esencial en la dieta como era el vino–. En este terreno el profesor Puerto llega hasta el turrón y las obleas o la fábrica de sombreros. Resultará un capítulo muy propio de la cotidianidad la instrucción –tanto las primeras letras como la enseñanza de la gramática–lo que significaba la sanidad, la protección de las enfermedades, el papel de los médicos y los cirujanos, el concepto y desarrollo de la enfermedad y dentro de la misma, las epidemias.

Sin estudio de la familia, no hay conocimiento de la cotidianidad. En esa historia de las mentalidades, que no tiene que tener José Luis Puerto constantemente en sus objetivos, resulta muy importante la historia de los afectos, entre padres e hijos, entre esposos, la valoración y cambios de la misma sobre la infancia, pero también la proyección de los hombres y las mujeres, sin olvidar los nombres –los apodos–, bajando a los ámbitos concretos de algunas familias.

¿Cómo era la estructura de la casa, sus partes y sus funciones? ¿Cómo se edificaban? ¿Qué significaban las casas especiales? Pero las casas no estaban vacías. Contaban con su ajuar doméstico. El autor presenta un detalle asombroso con los utensilios de la cocina y la alimentación, además de la cama. Si antes hablábamos de las alhajas de la iglesia, después será necesario hacerlo en las artes decorativas, pero también con presencia de lo sagrado, como sucedía en las imágenes, cuadros y libros que era donde se medía también esa sacralización. Puerto se fija también en la producción culta a lo largo de los distintos siglos y ahí será muy importante la indumentaria y la joyería, en lo masculino y femenino, con presencia también de lo sagrado, en los momentos más cotidianos pero también en los más extraordinarios.

Y ahí están las fiestas, las presencias y jerarquías dentro de la misma, la importancia de lo patronal en la Asunción de Nuestra Señora, con el componente teatral y taurino, la antigua de San Juan Bautista, la del Corpus Christi con sus elementos –también de representación y de música–, además de la romería de Majadas Viejas. Cotidianidad que también era invadida en la trayectoria vital por los ritos de paso, desde el nacimiento, las bodas, la enfermedad y la muerte descendiendo al detalle de las particularidades de lo albercano.

Pero no todo eran creencias, percepciones de lo sagrado, desarrollo de la vida familiar, vicisitudes de la misma, la morada bajo un techo. Ahí estaba también la vida laboral de la agricultura y la ganadería con el pastoreo. Pero en ese mundo del trabajo no se podía dejar de hablar del transporte, tanto de las caballerías como de los carros, de la utilización de los aperos y cestería, del uso del río con sus privilegios y ordenación de sus efectos, del mundo de las manufacturas porque en La Alberca eran necesarios los carpinteros o los zapateros o los esquiladores.

¿Era una sociedad inmóvil? José Luis Puerto dedica un capítulo a la arriería y desde las fuentes documenta la arriería albercana, con el pescado, la madera, la trajinería con la nieve o el modo de moverse los estudiantes con la actuación de los arrieros, sin olvidar la trascendencia de las colmenas, la cera y la miel, aportando diversos datos documentales sobre el uso de las colmenas en los siglos XVI y XVII, además del oficio de cerero.

El autor hace un uso pleno y totalizador de las fuentes y así se manifiesta en su labor de archivo, pero también en su investigación etnográfica, en la recogida de la tradición oral –y lo lleva haciendo desde su propia infancia cuando escucha la palabra de su abuelo–, en la observación. Sin olvidar una dimensión didáctica plasmada en un último glosario, en la presentación y proyección de esta aportación a través delanálisis de las fuentes documentales y de la bibliografía y en las aportaciones que realiza la fotografía, que encontramos en los dos tomos.

Nuestro autor no le interesa solamente plasmar, sino llegar con sus conocimientos al ámbito científico, universitario, pero también al más cercano a los habitantes de La Alberca. Desde ahí se entiende su labor divulgativa, sus clases magistrales, su magisterio pero también su palabra autorizada. No sabemos si esta es la obra definitiva sobre La Alberca, probablemente sí, salvo que José Luis Puerto quiera volver a dar una vuelta de tuerca a sus muchas inquietudes y conocimientos.

Javier Burrieza Sánchez

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