OPINIóN
Actualizado 07/12/2024 09:06:43
Juan Ángel Torres Rechy

El habla contiene y comunica el ser. La voz, debajo de las pestañas y las pupilas de los ojos (comunes en occidente, sencillos en oriente), la voz de los labios, escribimos al inicio de la columna, dice todo.

La voz dice todo. Esto lo saben los profesionales del lenguaje. Los artistas, los cantantes. La persona que intenta descifrar absolutamente todo llevando el teléfono al oído para escuchar el mensaje. Los escritores, en ocasiones, también son conscientes de ello.
La voz, me gustaría atreverme a decir, contiene en su sonido a la persona completa. Una estudiosa de las literaturas orientales y occidentales, políglota, me refirió que en el budismo existe la creencia de que el todo cabe en la parte. La Vía Láctea, me dijo, cabe en un poro de la piel.
Sobre esto último, nosotros los hispanohablantes (mi amistad china vivió en Buenos Aires un buen tiempo), esto, quienes hemos leído a Borges, lo sabemos. Ernesto Sábato lo dejó impreso en letra de molde en Uno y el universo. La mística castellana lo nombró con su lenguaje negativo.
La voz, para quienes contemplamos el nacimiento al mundo de una persona, se torna de inestable y balbuciente, a firme y atemperada. El semblante todo, con su ceño firme, bien labrado en el rostro, enmarca esas palabras de la persona bien hecha. En estas ocasiones, además, no solo la voz comunica algo. El silencio lo hace por igual.
La voz, como el cuerpo humano, puede adornarse con ornamentos de distintos tipos. Aunque la voz más hermosa, como sucede con el cuerpo humano y el alma, es la voz natural. Una voz, no obstante, que no se reduce solo al sonido articulado por las cuerdas vocales y la boca, sino que también contempla la lengua de signos de las personas que mediante ese arte nos transmiten la palabra de su ser.
El peso de la voz radica en la cantidad de existencia volcada en ella. Hay personas que con solo una palabra pueden derretir un corazón. La palabra bien dicha se acompaña de un gesto cordial con la mano.
La voz, en la literatura, acerca al oído de la persona que lee los conceptos referidos por el autor. El recipiente del alma, o la copa del espíritu, se llena con el agua o el vino vertido. Ese vino, esa agua, impregna en nuestras células suministros de información. Nuestra conciencia, nuestro ser conscientes, mediante esa irrigación, cobra una luz más despierta.
La palabra también la crea la literatura. La palabra la crea la vida. Nuestras circunstancias, impactando el devenir del ser en el presente, condiciona nuestra palabra a un vocablo específico, aunque ese vocablo, por igual, encuentra su sonido con base en nuestra voluntad. La poesía, en este caso, tiene la función de retirar el velo del olvido del mundo y permitirnos, en cambio, contemplar las cosas cara a cara.
En la lengua castellana, el idioma mismo nos ha dictado una cátedra con su verbo “hablar”. Si ponemos atención, miramos que se escribe con hache. La lengua nos dice, por lo tanto, que el silencio (la hache es muda) antecede todo acto de comunicación. La palabra (la mujer, el hombre) contempla, guarda silencio, habla.
El habla contiene y comunica el ser. La voz, debajo de las pestañas y las pupilas de los ojos (comunes en Occidente, sencillos en Oriente), la voz de los labios, escribimos al inicio de la columna, dice todo.

*** Poema 6 ***
Por eso, la poesía no fracasa,
si dice los conceptos sin mudarlos.
Si lleva, con su curso, a contemplarlos,
impresos en el ser que nunca pasa.
El alma, si recuerda, al fin descansa,
consigue a los días animarlos.
Conduce a los sentidos a llagarlos,
en algo que no quema cuando abraza.
Sentado a una mesa la persigo,
siguiendo de su vuelo su estela,
al golpe del teclado enmudecido.
Mi día, con su noche, encendido
lo deja en el pabilo de una vela,
*** que muestra lo que nombro y bendigo. ***


torres_rechy@hotmail.com

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