Contemplar las huellas del otoño es una oda a la vida y un regalo para el corazón, sólo al alcance de aquellas personas que son capaces de disfrutar viendo, oliendo y mirando. Caminar por cualquiera de los paseos que hay a las orillas de nuestro Tormes en esta época del año es la oportunidad de degustar esta maravilla, con la condición de que sea un recorrido que no esté mediatizado por las compras o las prisas de turno; un andar por andar, sin más, pero con los sentidos abiertos.
Los colores, como colocados en la paleta por un pintor, estallan en armonía entre los árboles que van cambiandose de traje. Marrones, verdes y amarillos de diferentes tonos e intensidades, que juegan a mezclarse. Miras el horizonte, y la exuberancia de tantos matices es un festival para la vista, desde los ocres anaranjados, hasta los mostazas tenues o vivísimos, pasando por los marrones terrosos o dorados y verdes oliva que se reflejan en el agua del río, como si fuera un espejo en el que se asoman coquetos para mirar su belleza. Hasta de vez en cuando uno descubre morados y rojizos entre los castaños, fresnos, robles, arces y tilos, que se ponen de gala para la ocasión y se perfuman con sus mejores aromas.
Y en medio del lienzo, el sonido de los pájaros que van en bandada o simplemente que cantan encima de una rama. Unos y otros, levantando su voz que se acompaña con la melodía del viento entre las ramas de los árboles. Una sinfonía natural que añade pedigrí a la estampa, aderezado con el aire que acaricia la mejilla, el frescor de la temperatura, y el goteo del agua en alguna roca o desde algunos arbustos. A veces el vientecillo juega con las hojas del suelo y las arremolina, haciéndolas girar o simplemente las empuja hasta donde sea, volando en breve travesía antes de volver a caer.
Si respiras, huele a aire, a colores y a tierra húmeda. Huele a hojarasca, a brezo y a musgo. Y si lo pruebas, sabe a castaña y a nueces, a setas y a granada, a arándanos, calabaza y a higo. También a vino y uvas, y a guiso de liebre, corzo o jabalí. Y si sigues, el otoño también huele a añoranza y a melancolía, a silencio y a recuerdos.
La naturaleza tiene su propia sabiduría, por eso el otoño suena a atardecer de la vida, donde uno se para antes de seguir camino. El otoño es tiempo de espera, de sosiego, de permanencia aún en medio de las adversidades, de caída de las hojas caducas de los árboles, que en un futuro volverán a estar adornando los bosques y los campos. El otoño es tiempo para ir encendiendo las chimeneas y volver a juntarse en torno al fuego con las infusiones de romero y miel, a contarnos historias y cuentos. Tiempo para hacer hogar, renovar la confianza y la amistad, y prepararnos juntos para el frío que llegará seguro. Tiempo para dejarnos empapar por la lluvia fina o evitar la lluvia torrencial, y para contemplar desde los cristales la canción de las gotas que golpean y resbalan.
Otoño, tiempo para recordar a los que ya no están pero que un día estuvieron. Sentir su ausencia añorando su presencia, y hacerlo con paz y emoción, entre lágrimas y sonrisas. Tiempo de planificar, de soñar y de esperar, poniendo todo de nuestra parte para que llegue a ser lo que queremos que sea. Tiempo para hacernos conscientes que a veces la mochila de la propia historia pesa y que hay que aligerarla revisando y sacando lo que ya no es necesario, porque la vamos llenando de cosas, recuerdos y pensamientos que nos impiden avanzar con más ligereza. Tiempo para mirar un poco hacia nosotros mismos, con serenidad y sinceridad, y vendarnos un poco las heridas y los moratones que nos hacemos a nosotros mismos. Tiempo para ser y estar, simplemente y caminar por caminar. Tiempo de volver a nuestras raíces y ser agradecidos.
El otoño llega cada año, y el otoño llega en algún momento a nuestra vida. Pero el otoño pasa, y los fríos y las heladas también, para dar paso a la explosión de la vida, y el sol volverá a acariciarnos, hasta el otoño definitivo. El otoño es un pregonero habitual que cada año nos sigue anunciando que al comenzar el invierno celebramos una historia de amor que cambió la humanidad para siempre, hecha realidad a través de en un bebé que nació hace muchos en una tierra allá por Oriente, hoy y casi siempre castigada por guerras y conflictos bélicos y que nos enseñó, entre otras cosas, que las heridas, incluso la muerte, no tienen la última palabra en los otoños de cada ser humano.