OPINIóN
Actualizado 28/11/2024 08:32:58
José Luis Puerto

El 25 de noviembre de 1949, fallecía en la localidad francesa de Meudon el escultor español, de origen bejarano, donde había nacido en septiembre de 1884, Mateo Hernández.

Se cumplen ahora, por tanto, tres cuartos de siglo de su fallecimiento. Y es bueno que lo recordemos, porque es una de las figuras del arte español de la llamada ‘edad de plata’, ese período de gran auge de nuestras artes, letras y ciencias comprendido desde 1898 (fecha ya simbólica del ‘desastre’ y pérdida de las últimas colonias, así como de la llamada ‘generación del 98, como es bien sabido) hasta la guerra civil española, iniciada en 1936.

Mateo Hernández practicaría la talla directa en piedra y en tipos de rocas muy duras (como el pórfido y otras por el estilo), ya que procedía de una familia bejarana de canteros y estaba familiarizado con el oficio.

Es escultor preferentemente de animales, el tema central y clave de su escultura, aunque también realizaría esa escultura de la bañista o algunos retratos, como, por ejemplo, el del escritor nicaragüense y Premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias.

Practica, dentro de la escultura, un realismo trascendido, dentro de una corriente del arte escultórico contemporáneo, al que también pertenecen, entre otras figuras, Julio Antonio, el segoviano Emiliano Barral (que también cultivaría la talla directa), el palentino Victorio Macho o el zamorano Emiliano Barral; varios de tales artistas –como habrá podido observarse– castellanos y leoneses.

Mateo Hernández pertenece por derecho propio a la llamada Escuela de París, que agrupa a artistas españoles, e internacionales, de trayectorias muy variopintas y que tienen en común el haber residido en la capital francesa en los años de mayor efervescencia de las vanguardias artísticas. De hecho, Mateo Hernández desarrolló en París y sus cercanías la mayor parte de su obra, ya que su etapa francesa abarca prácticamente desde 1910 hasta su muerte.

Podríamos citar a infinidad de artistas de la llamada Escuela de París. Entre los españoles, suelen citarse, claro está, a figuras mayores como Pablo Picasso, Juan Gris, Joan Miró, Julio González y otros muchos. A ella, también pertenecerían, además de Mateo Hernández, artistas como Baltasar Lobo, o el pintor salmantino Celso Lagar y otros muchos, que ahora no es cuestión de enumerar.

Ese sesgo de Mateo Hernández como escultor animalista tiene una deriva, muy poco conocida, como es la de haber participado como grabador en un libro de los llamados de artista, con una selección de las fábulas de Esopo –Ésope, Fables choisies–, con veintiuna litografías originales, en una bella edición limitada y numerada, impresa en París, en 1934, por Philippe Gonin.

Y es bueno recordar hoy a Mateo Hernández, con motivo del 75 aniversario de su fallecimiento. Porque nuestros artistas representan –y él pertenece a tal estirpe– lo mejor del espíritu de la tierra.

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