OPINIóN
Actualizado 28/11/2024 14:32:50
Álvaro Maguiño

Mis amigos conocen los entresijos sociales de la Universidad. Son espectadores, oyentes y participantes de un auto mal montado, sufridores de un horario más similar al del canto de maitines y vísperas que al que cabría esperar de un horario académico. Y ahí están, dilucidando de qué trata la vida cuando la clase no trata de nada, cuando el frío exterior acecha y los trabajos grupales tiran por tierra la tranquilidad de una mañana. Observo y escucho, también asegurando mi guion, la competitividad de una “microsociedad” con aparente paz armada.

Cada día tengo noticias de puñaladas traperas en el ámbito universitario. Lo más normal es negarse a pasar apuntes, esas palabras que no pertenecen a nadie más que al conocimiento. Pero hay ejemplos que rozan la más absoluta desidia y que resultan semejantes al comportamiento de un niño amoral. Una serie inabarcable de rencillas, malas miradas y palabras con doble sentido que responden a un modelo de competitividad académica donde está penada la solidaridad estudiantil. Ello solo responde a una tendencia a la competitividad cada vez más palpable en todos los ámbitos vitales. Se ha cultivado la idea de que no deben existir redes de apoyo entre los individuos, que éstos deben cumplir con su nomenclatura. Esta idea está en línea con ese puesto imaginario en una sociedad impersonal donde los humanos son monedas de consumo y trabajo. Mientras, se olvida la verdadera situación personal que atañe a cada persona, así como el puesto equivalente que ocupan en la pirámide estamental. Por pura educación basada en la picaresca, en sortear todo mal a través de más mal. Sin recordar que el fin no justifica los medios y que aquel filósofo que promulgó esa máxima realmente era un megalómano. La solución a un problema de competitividad intrínseco a un sistema universitario corrupto no corre por mandar trabajos grupales, donde es más fácil resquebrajar los nudos de amistad, ni por un participación abierta en clase basada en debates, sino por una reforma ideológica donde se dinamite el objetivo social de carácter mercantilista. Si el ser humano sigue siendo considerado como un mero peón o producto de consumo en un complejo urdimbre de tensiones y descontentos, tempranamente perderá sus restos de bien en pos de una esperanza tan averiada como falseada.

Hablo con mis amigos y me río con ellos. El mundo gira igual de deprisa que siempre. Las historias que contamos redundan en personajes recurrentes de lenguaje inconcluso. En tiempos imposibles. En una anécdota que en el contexto académico es una perrería, pero que en otros ámbitos sería un constitutivo de delito. Con alevosía, siempre con alevosía.

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