Si es verdad que una de las principales tareas de las instituciones públicas, sobre todo en un país que se llama democrático, donde sus dirigentes son elegidos por sufragio, es la de representar con claridad, suministrar información clara y pública y buscar y procurar el bien común, cuesta comprender la unanimidad institucional de silencio total que, en Salamanca, se produce respecto a las investigaciones, acusaciones y pruebas de comportamientos inadecuados en cuanto a la limpieza de currículum que diferentes organismos nacionales e internacionales han aportado sobre la persona del actual Rector de la Universidad.
Las acusaciones, las pruebas y las decisiones que rodean el desprestigio creciente del Rector, son obviadas o directamente ignoradas por los más altos representantes del Ayuntamiento de Salamanca, de la Diputación Provincial y de la Junta de Castilla y León que, sin que se conozca una razón comprensible o siquiera un argumento, forman piña no tanto con la Universidad de Salamanca (como quieren hacer creer) cuanto con la persona de su actual Rector, cuya permanencia en el despacho del Patio de Escuelas, hasta que se aclare un asunto más turbio de lo aconsejable, está minando y desprestigiando cada día a nivel nacional e internacional (y no solo académico) el nombre de un Estudio de ochocientos años de edad, abaratando la calidad de su referencia e incluso cuestionando el valor de su historia.
Todos los sinónimos del verbo obviar se dan cita en cada ocasión, acto o evento oficial en que sería preciso, incluso necesario, un pronunciamiento de las instituciones oficiales sobre este asunto; porque eludir, sortear, soslayar, apartar, evitar o rehuir el “tema” del Rector de la Universidad de Salamanca implica un desprecio directo a la ciudadanía y una indignante dejación de funciones.
Es cierto que en una ciudad como Salamanca, pequeña (y más lo fuera si atendiésemos a los deseos de muchos de sus dirigentes políticos), significarse acarrea consecuencias, opinar en contra implica aislamiento, marginación y ninguneo, sobre todo cuando la colonización social, cultural y también económica está de tal modo ideologizada y su manipulación es en tal medida monolítica, que la discrepancia con uno es contestada inmediatamente con la reacción de los otros (por ejemplo, una supuesta carta de protesta contra el Rector y contra esos comportamientos y usos irregulares o faltos de ética de que se le acusa, “firmada” por, dicen, más de cien profesores y/o catedráticos de la Universidad, refleja con el anonimato de sus autores el viejo lengüetazo del miedo, el aliento pútrido del vasallaje y el infecto perfume de la cobardía).
Acostumbrados al ejercicio altanero, soberbio, fatuo y petulante del poder en las instituciones, y equivocadamente habituados a confundir la institución con su máximo dirigente, en este caso concreto sería deseable al menos una explicación del porqué, o los porqués, de ese cohortes vigilum oficial, esa lagotería sin sentido, un tanto jactanciosa y provinciana, ante acusaciones de tal envergadura. Por claridad y no por caridad. Por democracia. Por obligación, deber, responsabilidad y compromiso para con los administrados: todos nosotros.