Cada nuevo evento navideño supone una invitación para que las familias salmantinas gasten más, ya sea en regalos, comida o actividades
En Salamanca, y en gran parte de esta parte del mundo libre, ya estamos en modo Navidad. Unas fechas mágicas que sí, que todos disfrutamos o por lo menos intentamos encarar con nuestro mejor humor, pero que ya han derivado en un enorme elefante consumista que crece y crece, anticipándose cada vez más en el calendario y creando nuevos ritos laicos.
Leíamos estos días que regresa la exitosa Cabalgaza de Papá Noel a Salamanca, programada para el 22 de diciembre. Este evento lleva tres años reuniendo a multitudes en las calles, añadiendo un nuevo capítulo al extenso calendario navideño de la ciudad. Atrás queda el monopolio de los regalos de Sus Majestades los Reyes y ya solo basta con hablar con pequeños comercios locales para darse cuenta del poder del señor de rojo.
Más grande y más duradera, la Navidad en Salamanca parece no tener tope. Hace unas décadas, la llegada de diciembre marcaba el inicio del ambiente navideño, con las luces encendiéndose cerca del puente de la Constitución y los villancicos resonando en los mercados. Ahora, el espíritu navideño parece adelantarse incluso a las primeras hojas caídas del otoño. Desde finales de noviembre, o incluso antes, las tiendas decoran sus escaparates, los anuncios de juguetes inundan los medios y los eventos asociados a la Navidad comienzan a proliferar.
No quiero pasar de largo con la cuestión del consumo. Cada nuevo evento navideño supone una invitación a gastar más, ya sea en regalos, comida o actividades. Esto puede generar una presión adicional sobre las familias salmantinas, especialmente en un contexto económico adverso. La Navidad, que debería ser un momento de unión y reflexión, a menudo se convierte en una carrera consumista alimentada por un calendario repleto de hitos inevitables.
Si bien la prolongación de las celebraciones aporta alegría y dinamismo, también invita a reflexionar sobre el equilibrio necesario para que la Navidad no pierda su esencia ni se convierta en un espectáculo perpetuo. Tal vez la clave esté en encontrar un punto medio, donde la magia de la Navidad ilumine nuestras vidas sin deslumbrarnos hasta el agotamiento. Y también el de nuestra cartera.