Recientemente algunos lugares de España como Valencia o Ciudad Real, han vivido un desastre natural llamado Dana, que ha costado vidas, esperanza y hogares. Un acontecimiento inesperado, que nadie supo prever con el tiempo suficiente para avisar o prepararse. Un bien tan preciado como el agua, que a veces se viste de asesina repentina, de verdugo sin piedad que entra en casa sin llamar ni ser invitado. Vaya por delante mi sentimiento de solidaridad por todas las personas que han sufrido pérdidas en este desastre, algunas ya irreparables, y que serán parte de la mochila de su existencia.
Pero, ¿qué pasa cuando un acontecimiento inesperado tiene lugar y tiene consecuencias negativas en nuestra vida? ¿Qué pasa cuando sucede algo que creemos que no va a llegar nunca y nos arrebata a alguien querido o algo valioso para nosotros? ¿A qué agarrarnos cuando de repente nuestra historia cambia sin que nadie nos haya pedido permiso? Los cimientos de nuestro orden se tambalean y nos sentimos arrojados a un abismo de desesperación e impotencia que nos desborda y produce en nosotros un sinfín de sentimientos y pensamientos negativos. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Por qué a mí, habiendo tantos y tantas?
A veces la Dana viene por la muerte imprevista de un ser querido. Inesperada en este mismo momento, sin preparación, sin despedida. Porque sabemos que la muerte es parte de la vida, pero casi siempre necesitamos recorrer un camino, que aunque doloroso, nos prepare para el momento decisivo en el que ese ser querido dejará de vivir aquí entre nosotros. La muerte es un familiar al que nadie quiere ver, pero que acabará llamando a la puerta para cogernos de la mano. Y cuando se presenta de repente, es como una cuchillada de dolor en lo más profundo de nosotros mismos, porque no entendemos y no nos entra en la cabeza.
Otras veces la Dana llega por el anuncio de una enfermedad, larga o corta, que puede acabar en la visita de la hermana muerte o por lo menos llevará incertidumbre y desasosiego. Una enfermedad propia o ajena puede implicar dolor físico, mental o espiritual y nos descoloca también. En cuantas ocasiones lleva consigo un cambio de estilo de vida, de hábitos y hasta de prioridades. La enfermedad nos habla de sufrimiento y nos recuerda que en realidad somos frágiles, y que un bichito microscópico puede acabar con nuestra salud en un momento.
Y en otras ocasiones la Dana utiliza traje de traición de un amigo, de una crítica de quien no esperaba y que me ha hecho daño, de una ruptura afectiva o de un engaño que hace explotar por los aires mi confianza en alguien. También en forma de examen suspendido, de palo con los impuestos o de agresión de otra persona. El fondo de armario de las posibles Danas es amplio y variado, aunque todos sus vestimentas tienen algo en común: llegar sin avisar, sorprender y atacar sin aviso.
¿Cómo nos preparamos ante lo inesperado que nos hace tambalear? ¿Cómo lo vivimos cuando llega? Porque siempre llega. Sí, queramos o no, alguna Dana llegará tarde o temprano y pondrá a prueba nuestra capacidad de vivir ante lo inesperado, nuestro umbral de frustración y nuestra forma de aceptar lo inevitable, incluso de sacar alguna enseñanza positiva. No todos nos enfrentamos igual ante las Danas, porque hay personas que son capaces de seguir adelante y otras para las que cualquier contratiempo supondrá una catástrofe.
Ojalá, y este es mi deseo para todos, que aprendamos a vivir aún en medio de las Danas de la vida y en medio de lo que no estaba programado. Es difícil y costoso, aunque también es un reto y un horizonte para el crecimiento. Muchas veces necesitaremos ayuda, pero para eso están los amigos, la familia de verdad, la gente que está cerca y las personas reales. La Dana y las Danas pueden ser terribles, pero no tienen la última palabra en la historia de nadie. No se la demos.