OPINIóN
Actualizado 18/11/2024 06:57:35
Francisco López Celador

Entre la ola de WahtsApp que circulan por las redes sociales, he recibido uno dedicado al ministro de Transportes y Movilidad Sostenible. Cómo funcionan los trenes y qué problemas se registran en nuestras autopistas al menor sobresalto climático, es algo que tienen asumido los viajeros y que, a la vez, define el caos que envuelve al ministerio de Transportes. Ahora bien, me gustaría saber qué ha aportado este ministerio para hacer realidad su estrambote de Movilidad Sostenible. ¿Es que se ha acabado con los atascos? ¿Acaso hay menos contaminación? ¿Han bajado el estrés y la ansiedad? El responsable de la cartera, una de dos, o es gafe o no se entera de nada. Confieso que este personaje desde hace tiempo me merece una especial atención. En su etapa de alcalde de Valladolid ya se significó por su tendencia a insultar a quien se permitiera criticar su forma de entender la política.

Uno de los wahtsapp que he recibido tiene dos cortos vídeos. En el primero, aparece Puente muy circunspecto haciendo la siguiente declaración: “La frase de “Si necesitan ayuda, que la pidan”, nunca se pronunció”. No es fácil de comprender cómo la izquierda tiene tanta facilidad para olvidarse de algo que se llama hemeroteca, porque para subsanar el “olvido” de Puente, aparece Sánchez en el segundo vídeo, escoltado por las banderas de España y la Unión Europea, declarando solemnemente: “Si necesitan más recursos, que los pidan”. Efectivamente, Sr. Puente, Sánchez habló de “más recursos” y Ud. dijo “más ayuda”. Se me olvidaba que Ud. siempre dice que la ultra derecha es muy dada a enfangar el ambiente mintiendo como bellacos. Por cierto ¿Dónde hizo Ud. su master en sinceridad? No me diga que también lo hizo en la Complutense. Viendo cómo presume de obras en su ministerio, poniendo imágenes de su época de alcalde de Valladolid, acaba de definir su verdadera personalidad.

El elevadísimo número de víctimas en Valencia hace imprudente tratarlo en clave de humor. Ya resulta doloroso para quienes no hemos perdido a ningún familiar, así que es fácil imaginarse el golpe que han sufrido los que, además de quedarse literalmente en la calle, tendrán siempre atravesado su corazón con un puñal que lleva impresa la palabra “desidia”.

La historia nos habla de la frecuencia con que se han repetido las inundaciones en el Levante español, acompañadas frecuentemente de un incomprensible número de víctimas. Hay crónicas que dan fe de obras realizadas en siglos pasados para evitar nuevas desgracias. Los que peinamos canas tenemos presentes las inundaciones de 1957 con el desbordamiento del Turia a su paso por Valencia, que dejó 80 muertos; y la rotura de la presa de Tous, en 1982, con 38 muertos. Esta vez, por desgracia, se ha superado trágicamente la cifra y la gente no se calla. Unos, porque han sentido el dolor en propia carne y piensan que la tragedia podía haber sido menos cruenta si las cosas se hubieran hecho “como Dios manda”; es decir, poniendo en juego todos los medios posibles. Los otros, huyendo del dedo que pueda señalarlos como reos de alguna responsabilidad.

La catástrofe ha sido completa. Primero, por el número tan espantoso de muertos; en segundo lugar, por el durísimo golpe que ha sufrido la economía de tantos miles de familias. Unas y otras circunstancias hacen que sobre las conciencias de quienes tienen la misión de velar por la seguridad de los ciudadanos sobrevuele el sordo zumbido de la culpa y busquen la forma de descargarla sobre espaldas ajenas. Y en esas estamos.

Con pérdidas tan estremecedoras no basta con pedir perdón por la posible negligencia. En cualquier empresa privada, un error no tan trascendental como este, sería objeto del despido fulminante. Aquí, no. Los gobernantes, especie humana que equivoca con demasiada frecuencia el empleo de nuestra gramática y cae en el error de confundir el verbo “dimitir” con el vocablo “di-mentir”.

Tres semanas después de la inundación, nadie está dispuesto a reconocer el incumplimiento de sus obligaciones. Seamos serios y, sobre todo, pongámonos por un momento en el lugar de los familiares de las víctimas. En política, como en cualquier aspecto de la vida, al gobernante se le examina de tres asignaturas troncales: la honradez, el valor y la eficacia. Si, después del tiempo transcurrido desde el 29-O, no dimite nadie de la Comunidad Valenciana ni del Gobierno Central, ninguno de los que saben perfectamente que son responsables aprobará jamás esas asignaturas.

La maldita DANA ha roto los puentes que unían no pocas localidades de la huerta valenciana, haciendo difícil –a veces imposible- el acercamiento de sus habitantes. Pero el malhadado gobierno que nos ha tocado en suerte ha conseguido romper los puentes que permitían a los españoles acercarse a sus paisanos sin miedo a ser arrastrados por la mentira, la desvergüenza, y últimamente el odio. El ciudadano ya recela de los políticos porque, en lugar de dedicarse a solucionar problemas y mejorar la vida de sus paisanos, sólo buscan la destrucción del oponente, empleando toda clase de falsedades y perdiendo los modales y el respeto. Hay sesiones verdaderamente rabaleras, impropias de una democracia que pretende ser culta, pero dista mucho de conseguirlo.

España, a pesar de los “crecepelo” que vende Sánchez, está atravesando un momento muy delicado, y la devastación causada por las inundaciones ha venido a poner más difícil nuestra recuperación. La solución pasa por un cambio de planes. Ya nadie se cree las ayudas que se prometen, pero nunca llegan. Que se lo pregunten a los habitantes de La Palma.

Los problemas no se solucionan tapando la boca de los chantajistas con los fondos de los solidarios, porque eso es defraudar. Nuestras arcas se han agotado y los buenos gestores son los que gastan menos de lo que ingresan. No se puede descender por este puerto en un vehículo sin frenos.

Si España quiere seguir siendo una democracia, en los próximos exámenes, los ciudadanos sensatos deberán recuperar la verdadera memoria y sabrán qué políticos han suspendido las asignaturas troncales, para no volver a colocarlos donde puedan seguir haciendo daño a los demás.

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