Nos viene a la memoria ahora, porque pinta como anillo al dedo, el verso de una de las más conocidas canciones del grupo vallisoletano Celtas cortos: “en estos días inciertos”.
Porque, sí, estamos viviendo, nos están tocando vivir unos días muy inciertos. Un tiempo de riadas, físicas y simbólicas. Un tiempo en que parecen estar viniéndose abajo no pocas de las certidumbres y de los cimientos que nos han hecho, por fortuna, a los europeos, vivir no pocas décadas en paz y en democracia.
Tales cimientos, que se asentaron tras la segunda guerra mundial (en España, tras la caída del franquismo), fueron los de la democracia y las libertades, los derechos civiles, sociales y sindicales, la sanidad y la educación públicas, la democratización de la cultura…, elementos todos ellos, y otros, que desembocaron en la creación de esa sociedad llamada del bienestar en la que hemos vivido.
De modo acaso iluso, los europeos pensábamos que tales conquistas estaban ya asentadas y consolidadas en nuestras sociedades, sin que hubiera nada que temer ni nada que proteger o preservar.
Pero todo este último tiempo nos está demostrando que hay vientos, huracanes, riadas que están interesados en la eliminación de la democracia, las libertades y todo tipo de derechos que traen aparejados.
Las herramientas de que se sirven son la utilización, sin ningún tipo de reparos, de la mentira, los negacionismos de varios tipos (climáticos, contra las vacunas, así como otros varios), la confrontación, la creación de actitudes agresivas en determinados segmentos de la sociedad… y otros recursos por el estilo.
Todo ello supone un ataque a las conquistas de Europa, al establecimiento de una paz social, marcada por la tolerancia y la práctica civilizada de todo tipo de derechos y de obligaciones, que constituyen ejes de las sociedades civilizadas y tolerantes en las que hemos vivido y estamos viviendo.
Todo este tipo de riadas las estamos viviendo este tiempo, como si no pasara nada, como si no fuera con nosotros toda la devastación que están provocando, como si no fuera a ocurrir nada.
Y, aquí, como faros de lo que es esa luz que Europa viene arrojando a lo largo de la historia, acuden a nuestra memoria las figuras de varias mujeres que, con su pensamiento y con su ejemplaridad, han sostenido esa luz civilizada y civilizadora que ha encarnado Europa siempre.
Nuestra María Zambrano (1904-1991) y su obra La agonía de Europa, entre otras. La filósofa, activista política y mística francesa Simone Weil (1909-1943), a la que Albert Camus definiera como “el único gran espíritu de nuestro tiempo”. O la también filósofa Hannah Arendt (1906-1975), creadora de ese concepto de “la banalidad del mal”, algo que está volviendo a reaparecer en este tiempo nuestro, aquejado por tantas riadas.
Frente a las continuas mentiras, confrontaciones, negacionismos y otras riadas..., y otros males de nuestro presente, hemos de sostener esa democracia civilizada, ese espíritu ilustrado y tolerante de Europa, como salvaguarda de un humanismo también amenazado.
La vía nos la han dejado trazada estas mujeres y otros muchos europeos gracias a los cuales el humanismo sigue siendo un faro civilizador, frente a cualquier barbarie.