OPINIóN
Actualizado 16/11/2024 09:07:17
Francisco Aguadero

¡Alerta roja, alerta roja!, era, y sigue siendo, uno de los indicativos más llamativos, usados en los cuentos, juegos y películas, que todos hemos escuchado o leído en más de una ocasión, durante nuestra niñez. En la vida real sabemos el gran peligro que encierra tal alarma y la necesidad de reaccionar con prontitud para protegernos, poniendo a salvo la vida y los bienes.

Llevamos ya más de una quincena con la alerta roja que el martes 29 de octubre se abatió sobre un buen número de valencianos, albaceteños y ciudadanos de otros lugares de España, sin contemplación alguna, como si el cielo se hubiera desplomado sobre aquellos territorios y sus gentes. El cambio climático no es una cuestión de fe, es una realidad constatada por la ciencia (ver “Informe IPCC: Cambio Climático 2021” del grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) y vivida por las personas que habitamos este planeta llamado Tierra.

Alerta roja que en los últimos días se viene repitiendo y que mantiene bajo grave amenaza al litoral mediterráneo español. En los tiempos que corren, generalmente la alerta roja es climática, vinculada al cambio climático y a los monstruos meteorológico más visibles como los huracanes y las lluvias torrenciales, así como las olas de calor, más silenciosas, pero no menos alarmante y dañinas por el alto número de víctimas mortales que produce (el calor causó 47.000 muertes en Europa en 2023 y en los ocho meses que van de enero a finales de agosto de 2024, España acumuló 2.158 muertes asociadas al calor) Monstruos generados y alimentados por el calentamiento global, en el que algo tendrá que ver el ser humano. Es un planteamiento ilógico e iluso, el de aquellos negacionista que piensan que el hombre no influye en su entorno, para bien o para mal.

Por supuesto que siempre ha habido fenómenos meteorológicos violentos, nadie lo pone en duda, la historia está llena de casos concretos y datados, pero nunca habían sido tan frecuentes ni tan intensos. La capacidad destructora de estos fenómenos meteorológicos la están sintiendo los valencianos en sus propias carnes y en sus mentes. Las 217 víctimas mortales, los 14 desaparecidos, los miles de damnificados y los cuantiosos daños causados, permanecerán en la memoria individual y colectiva de unas gentes que se encontraron sorprendidos por la violencia de una DANA (antes llamada gota fría) y la ineptitud de unos políticos que ni habían previsto la catástrofe ni supieron responder cuando les sorprendió.

Estamos en la fase de emergencia y todo plan de crisis a de atender, en primer lugar, a dar respuesta física y material. Pero no debemos olvidar el plan de comunicación. Es necesario dar las oportunas alertas, especialmente si son rojas, mantener informada a la población y asumir las oportunas responsabilidades. La comunicación en esta emergencia climática ha sido un auténtico desastre por parte de quienes tenían la competencia y la responsabilidad de alertar a la población. Tras la alerta roja, dada de forma clara y nítida por la AEMET (Agencia Española de Meteorología) a las 7:30 de la mañana del día 29, esta no se trasladó a la población en general hasta horas más tarde, cuando ya había mucha gente invadida por el agua y el lodo.

De haber dado la alerta roja en su momento, los daños materiales hubieran sido los mismos, o parecidos, pero se hubieran evitado muchas muertes. Así nos lo indica la segunda DANA, aunque no ha sido tan intensa como la primera. Tras la alerta roja de la AEMET, las autoridades de los territorios afectados y especialmente en Andalucía, la extendieron de inmediato a la población, se desalojaron unas 4.000 personas y el resultado es que no ha habido ninguna muerte que lamentar, aunque sí grandes estropicios y daños materiales.

La lección que debemos sacar es que no podemos evitar los fenómenos extremos derivados del cambio climático en el momento en el que se producen, pero sí podemos y debemos gestionar nuestra exposición y vulnerabilidad a ellos con una buena previsión y mejor plan de reacción ante la crisis. Todo ello reflejado, blanco sobre negro, en un Manual de Crisis, con cuyo contenido estén familiarizadas todas las personas y equipos involucrados en posibles emergencias y con el dominio de situaciones por medio de ensayos y simulaciones. El impacto de los desastres colectivos depende mucho de las decisiones políticas que se tomen en ese momento.

Ante la emergencia y las consecuencias desastrosas de la primera DANA, la solidaridad de los españoles ha florecido a raudales por doquier y el Gobierno nacional, más allá de los rifirrafes con la administración autonómica y la oposición política nacional, se ha volcado en aportar la ayuda necesaria: un buen número de ministros, más de 18.000 empleados de la administración central y casi 4.000 vehículos, se han desplazados a la zona afectada, entre los que se encuentran militares, policías, técnicos especializados, forenses y otros servicios, amén de las significativas partidas económicas aprobadas en consejos de ministros para la recuperación y la protección social.

Coincide que se está celebrando en estos días (del 11 al 22 de noviembre de 2024) la XXIX Conferencia sobre Cambio Climático de la ONU (COP29) en Bakú, Azerbaiyán, cuyo objetivo inicial era centrarse en la financiación de la lucha contra el Cambio Climático, porque esa lucha requiere miles de millones de euros para que los países reduzcan drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero. Cuantificarlo y definir quién lo paga es el eje principal de la negociación, la cual está muy condicionada por las grandes ausencias de países claves y del apoyo que, presumiblemente, negará Donald Trump, ya que él es un negacionista compulsivo del Cambio Climático.

Y, siendo así, cabe que nos planteemos si sirven para algo las cumbres del clima que se celebran cada año. Estamos convencidos que sí. Sin el Protocolo de Kioto, creado para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que causan el calentamiento global; el Acuerdo de París, que habla de llevar a cabo plenamente el desarrollo y la transferencia para mejorar la resiliencia al cambio climático, estableciendo un marco tecnológico; y las sucesivas cumbres, sin todos esos encuentros de la comunidad internacional preocupándose por el Cambio Climático, estaríamos mucho peor.

Mantengamos la esperanza de que la COP29 de Bakú consiga el acuerdo suficiente para seguir la lucha contra el Cambio Climático y se reduzcan los fenómenos climatológicos violentos. Mientras, hagamos planes de previsión y de reacción a las emergencias que eviten catástrofes y resuelvan crisis con el menor coste posible. Y, si llega una alerta roja, hagámosle caso y prioricemos nuestra seguridad y la de nuestros conciudadanos.

Les dejo con Daddy Yankee y su Llamado de Emergencia:

https://www.youtube.com/watch?v=lsx1Ops1sI8

Aguadero@acta.es

© Francisco Aguadero Fernández, 15 de noviembre de 2024

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