Cuando “ya no tenía fuerzas para nada”, esta salmantina intentó terminar con su vida; no lo consiguió y “eso me salvó” del alcoholismo
“Empecé a flirtear con el alcohol más o menos a los 22 años y cada vez comencé a beber más, a utilizarlo para combatir mis complejos, mis inseguridades, tenía la sensación de que bebiendo era mejor, más segura, más simpática, más atractiva. Es una droga en sí mismo, pero sobre todo el uso que hagas de esa sustancia es lo que realmente lo convierte en una droga y adicción; ese fue mi caso”. Raquel Benito dejó de beber hace más de 27 años, pero su historia refleja unos años de alcoholismo muy duros y una gran dosis de fortaleza hasta lograr vivir sin alcohol.
“Los peores años fueron los tres últimos que estuve bebiendo, cuando ya necesitaba recargar la dosis constantemente, necesitaba que hubiera alcohol en la sangre para estar bien, porque si no, notas la abstinencia y lo pasabas mal”, afirma.
Su adicción le creaba “cada vez más problemas a todos los niveles. Mi familia se fue dando cuenta de que bebía; empiezas a conseguir alcohol y tenerlo escondido para beber de vez en cuando y poder estar bien. Era un ajetreo, un cansancio absoluto. Cuando dejé de beber, la mayor satisfacción fue el descanso que tuve”.
Su familia la fue “controlando y acorralando cada vez más”. Pero “la familia hace lo que puede”. Ella tenía una situación “un poco complicada” con sus padres, que se estaban separando. “Esto pudo contribuir, no fue la razón ni la culpa, porque la responsabilidad de mi adicción soy la única que la tiene, pero el ambiente en el que te mueves puede ayudar, como me sucedió a mí”.
Raquel consiguió dejarlo, pero no fue un camino de rosas. Todo el proceso comenzó “cuando mi vida estaba totalmente destruida, no tenía fuerzas para nada e intenté desaparecer de aquí tomándome pastillas. Gracias a Dios no lo conseguí”. Su madre la llevó al hospital y la ingresaron en la planta de Psiquiatría. “Casi diría que eso me salvó, junto con otras cosas, porque con los años vas analizando y te vas dando cuenta de cuántos factores han contribuido a que tú salieras de ahí; mi familia, ese acorralamiento, una serie de factores externos que parece que no, pero que, aunque estés escapando de ellos y te estén fastidiando, en realidad te están ayudando”.
Estuvo 21 días ingresada. “Eso me salvó y un libro que me regaló mi madre, ‘Pensamientos del corazón’; empecé a leerlo y quizás en vez de alcohol, empezó a entrar cariño, amor y otro tipo de cosas en mi sangre y cuando salí de allí, tomé la decisión. No iba a volver más y fui primero a la Unidad de Día y después a la asociación (ARSA)”.
La asociación, afirma, “es vital para un enfermo con esta adicción, te ayuda a mantenerte en abstinencia, te salva en cierto modo. Los compañeros son básicos, porque son un reflejo; te ayudan y te dan esa confianza de que se puede salir, aunque tú aún no tengas esa fortaleza, pero ves que si ellos han podido, tú también vas a poder”.
No ocurre de la noche a la mañana, tiene que pasar tiempo “hasta que empiezas a aprender. En mi caso duró 11 meses; los tres primeros son los mejores, porque sientes como que lo has conseguido, estás recuperando la salud y las ganas de hacer cosas, pero a mí me vino una depresión terrible y hasta los once meses no volví a salir de casa. No tenía sentido nada sin alcohol, no tenía sentido la vida, porque todo regresa y sigue siendo lo mismo, porque dejar de beber te cura el alcoholismo, pero tus complejos, problemas, traumas e historias vuelven a salir. El único cambio es que decidí afrontarlos de otra forma”.
Raquel lleva “27 años y unos meses” sin beber alcohol; tenía 31 años. Sigue yendo a la asociación porque “venir es recargarte”. El próximo febrero es su cumpleaños y también ese mismo día es el último que tomó alcohol. “El día de mi cumpleaños hice aquella locura, por eso, ahora celebro las dos cosas a la vez, la edad cronológica y la edad sin beber”.
Dejar de consumir alcohol no es fácil: “Al principio cuesta, pero cuando la decisión es firme, cuando sabes que ese no va a ser tu camino, cuesta mucho menos, aunque tienes que enfrentar monstruos ahí atrás pidiendo alcohol y diciéndote que si no bebes no vas a poder hacer nada. Pero la fortaleza que te da esa decisión firme de ‘no quiero más alcohol en mi vida’, eso hace que el proceso sea más fácil”.
Ella estaba completamente concienciada, pero no todos lo están. Por eso, aconseja que si se quiere dejar de beber y no se sabe cómo, se acuda a los recursos que hay, que “están para pedir ayuda, una de las cosas que no sabemos hacer los alcohólicos”.
Sí saben que tienen un problema, “yo lo sabía, observaba que bebía más que los demás, sabía que algo no estaba funcionando correctamente, pero decía ‘bueno, cuando quiera lo dejo’, pero no es cierto que tú puedas con eso, engañamos a los demás y pensamos que solo los engañamos a ellos, pero el principal engañado eres tú”. Y llega un momento que es “sí o sí, o te decides por la vida o te decides por la destrucción total, entonces ya es como que no hay más salidas”.
El alcohol ya no forma parte de la vida de Raquel desde hace casi 28 años. En este camino “hay mucha gente que está sola”; ella tuvo el apoyo de su familia, muchos no lo tienen, pero sí el de sus compañeros.