Un cervatillo pequeño y malicioso reprochaba cierto día a un viejo ciervo:
“Eres más grande y más fuerte que los perros, y tienes una cornamenta terrible con que defenderte. ¿Por qué, entonces, te asustas cuando un lebrel te acosa?”.
El viejo ciervo contestó:
“Tienes razón, y eso mismo me lo he preguntado muchas veces. Pero no puedo remediarlo: en cuanto oigo un ladrido, emprendo la fuga”.
Y es que el miedo no atiende a razones. (Esopo).
¿A qué tiene miedo la gente en el mundo?
Según un estudio que ha elaborado el Pew Research Center, entre los principales temores globales que más preocupan a la gente, están el cambio climático, la inestabilidad económica y el terrorismo yihadista. Los psicólogos nos hablan de algunos miedos que experimenta la persona en el hoy, como miedo al fracaso, a las responsabilidades, miedo a las críticas, a la soledad, a la enfermedad, a la muerte, a la intimidad, a no llevarse bien con los demás, al ridículo, a lastimar a otro, al cambio, a crecer, a la libertad.
Nada hay más destructivo que el miedo; el miedo paraliza, incapacita para percibir la fuerza que hay en cada uno, no deja ni vivir ni actuar con libertad. El ser humano para sentirse más seguro ha inventado un montón de inseguridades. José María Cabodevilla nos cuenta cómo es la conducta humana para liberarse de los enemigos. Así, las gentes, para liberarse de los ladrones han cerrado sus puertas; después pusieron telas metálicas en las ventanas para liberarse de los insectos; pero nunca pudieron liberarse de una especie de animal mucho más dañino: los monstruos que dentro de su cabeza crea el propio miedo.
Según afirma Watson, casi todos nuestros miedos son aprendidos, no son innatos o heredados. Igual que aprendemos a lo largo de nuestra vida a tener un temor desproporcionado o descontrolado, también podemos dejar estas respuestas inmaduras y reaprender otras más maduras y apropiadas. Contra el miedo, contra la obsesión por la seguridad, no hay otro camino que el amor a la vida y la aceptación de los riesgos que conlleva vivir.
Los discípulos también tenían miedo cuando se desató aquella tormenta en el mar. Se dirigieron a Jesús y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. Y Jesús, después de calmar el viento, les echó en cara su cobardía y su falta de fe.
Hoy también nos encontramos en medio de una “fuerte tempestad” y el miedo comienza a apoderarse de nosotros. No nos atrevemos a pasar a la “otra orilla”. El futuro nos da miedo. Jesús se hace presente en medio de nuestras dificultades y solo nos pide fe. Una fe que nos libere de tantos miedos y cobardías, y nos ayude, a pesar de todos los pesares, a seguir caminando. Da mucha paz y seguridad el abandonarse en las manos de Dios, el saber que él está con nosotros; entonces nada estará en contra, y nadie nos podrá apartarnos del amor de Dios.