OPINIóN
Actualizado 10/11/2024 09:06:35
Carlos Javier Salgado Fuentes

El otoño es saudade, melancolía, morriña, es un fado cantado por las hojas en su despedida desgarrada hacia unos árboles que se convierten en su amor imposible.

El otoño apura sus últimas semanas entre nosotros, tras haber logrado mudar la hoja de los árboles caducos, dibujando en nuestros bosques una paleta de colores donde amarillos, ocres, rojos y verdes danzan cada año al son de una melodía otoñal, en la que las hojas se van despidiendo de sus ramas, como vuelan libres las almas que nos abandonan.

Es el otoño una estación peculiar, poco valorada quizá, por aquello de ser la que pone fin a esa época de bullicio y alegría que es el verano. El otoño es sinónimo de otra cosa, es saudade, melancolía, morriña, es un fado cantado por las hojas en su despedida desgarrada hacia unos árboles que se convierten en su amor imposible.

Y en ese baile de colores que supone el otoño en nuestros árboles, los atardeceres se muestran virtuosos para llenarnos de magia, con una luz anaranjada que se proyecta como a través de una vidriera en nuestros campos y bosques. Una luz que, sin usar palabras, nos lo dice todo. Nos anuncia la melancólica despedida diaria de un sol que se esconde ya envuelto en frío, como una lágrima rojiza que se derrama en el horizonte.

Ciertamente, el otoño tiene un aroma especial, son días que se van sonrojándose, avergonzados por llevarse la luz y dar paso a las nieblas. Son los primeros aromas de las chimeneas, el olor a ozono de las lluvias que llegan tras la época estival, besando el suelo con su llanto necesario para dar vida a nuestros ríos y campos.

Pero el otoño también es la época en que las calles de nuestros pueblos muestran su desnudez, ante el miedo de toparse en ellas con el frío, legando el calor humano a los hogares, a las reuniones alrededor de la lumbre o de una mesa camilla gobernada por un brasero cuya vida se prolonga gracias a las caricias que le proporciona la badila, cuya mano remueve con cariño el cisco y las brasas para eternizar el tesoro del calor en las frías tardes otoñales.

No obstante, el otoño no es eterno, y la propia estación parece que fuese consciente de ello, pues la melancolía que transmite parece presagiar esa falta de eternidad que tiene todo. Y es que, en unas semanas, el otoño llegará a su fin, y pasará a ser esa silla que queda abandonada al solano cuando el último morador de una casa deja a ésta vacía de almas.

Mas entretanto, hemos de disfrutar de la belleza de esta peculiar estación, diferente de la que ofrecen otras, y que contribuye con ello a que los años sean más mágicos, pues en unas semanas pasaremos de la saudade otoñal a entrar de lleno en la época de reencuentro familiar y alegría que supone la Navidad.

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