El reciente triunfo del magnate Donald Trump y su vocero Elon Musk en las elecciones de Estados Unidos, ha vuelto a poner el foco, y el escalofrío, en el tsunami reaccionario que, vestido de un populismo tan chabacano como criminal, está inundando a gran velocidad buena parte de las democracias en el mundo, reduciéndolas a gestorías políticas de administración de las usuras y codicias del capitalismo más salvaje, y los temores a grandes retrocesos en políticas sociales, culturales, igualitarias o pacifistas, hoy ya exánimes, elevan las alarmas en la escasa inteligencia que resta en llamada comunidad internacional, ante una deprimente pasividad, conformidad o resignada indiferencia del grueso de la ciudadanía, intoxicada de nadería y, paradójicamente, víctima principal de ese tsunami reaccionario. Pero no por aquí.
Porque nada nuevo en esta tierra descubre el párrafo anterior para cualquier interesado en las pulsiones del mundo en que vive, aunque muchas de las amenazas, y certezas, del progresivo reaccionarismo institucional, existen por aquí desde hace décadas propiciadas, y en parte provocadas, por la inutilidad, negligencia, desidia, holgazanería e incompetencia de tanto burócrata como copa los escalones bajos y medianos de las instituciones que, en forma de funcionariado, personal laboral, contratado, eventual o directamente enchufado, obstaculizan a veces de un modo insuperable, el funcionamiento, imagen, utilidad, cometido y sentido de los servicios públicos.
En Valencia, con dolorosísimos ejemplos recientes, se comprueba estos días la inadecuación e inutilidad de los principales gestores de la Comunidad Autónoma, figurones políticos colocados a mayor gloria del discursos reaccionario antiprogresista; en la judicatura, desprestigiada aquí y en todo el mundo por su color, cariz, deriva e incluso imagen ultraderechista, principal obstaculizadora de cualquier avance, cambio o beneficio social que se pretenda; en muchas universidades, alguna muy cercana, regidas, administradas y hasta rectoradas por tramposos de todo color, arribistas y trepadores, evidentemente protegidos por otros gestores públicos dirigentes de diversas instituciones (ver árboles genealógicos en la política provinciana), tanto o más inútiles y negligentes que su protegido, que cumplidores de circulares políticas de honda raíz reaccionaria, extienden el desprestigio, la inutilidad y la lamentable imagen de huerto propio no solo a sus instituciones sino al territorio que representan, a la gente en cuyo nombre actúan y, al final, a una actividad, la política, cuya nobleza original hace ya mucho, demasiado tiempo, que se extinguió arrumbada por tantos y tan extendidos pequeños trumps de provincias.
Hay lugares en los que el triunfo electoral de la reacción en Estados Unidos no es más que un episodio curioso, perfectamente conocido en la cotidianidad. En el lugar en que se escriben estas líneas, la reacción, la paralización, la aculturización y todas las miserias políticas y sociales apuntadas más arriba, son cotidianas. Así que observar cómo la aceitosa mancha del fascismo se extiende por el mundo es aquí sólo una instancia más de la desesperación de lo diario, el podrido tufo de lo conocido, la arcada de lo normal.