Cuando la pena y el dolor nos embargan y nuestros pensamientos y apoyo están con los damnificados compatriotas valencianos y de otras partes de España, debido a la catástrofe provocada por efectos meteorológicos adversos (Dana), vuelve Donald Trump por segunda vez a la presidencia de los Estados Unidos (EE. UU.) y lo hace con todo el poder en sus manos, como emperador del mundo (en sentido figurado).
El resultado de las elecciones en Estados Unidos 2024 ha dado poder absoluto a Trump en la mayor democracia con influencia mundial. Cuando Donald Trump tome posesión como el 47º presidente de Estados Unidos el próximo 20 de enero, controlará el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo (a faltar de confirmar el control de la Cámara de Representantes, equivalente a nuestro Congreso de los Diputados) y el Poder Judicial, en el que el presidente electo cuenta con una mayoría conservadora de seis a tres en el Tribunal Supremo, órgano del que nombró a tres de sus jueces en su anterior mandato. Aunque formalmente y según la democracia estos poderes seguirán siendo independientes, estarán unidos por la transversalidad que le imprimirá el ahora presidente electo, Donald Trump.
El gran maestro Aristóteles, de quien decimos es el padre de la ciencia política, nos da a entender que la política es una forma, un recurso para mantener “ordenada” a la sociedad por medio de unas leyes, reglas y normas. Viene a decir que es como un análisis del modo en que los ideales, las costumbres, las leyes y las propiedades se interrelacionan en la realidad. Mucho de ello hay en la política actual, especialmente en eso de que las leyes y las propiedades se interrelacionan. Pero en las campañas electorales de ahora hay mucho más en relación con la desinformación. Y la reciente carrera de Trump hacia la Casa Blanca (residencia del presidente de los EE. UU.) es un claro ejemplo de ello.
Los ciudadanos votantes de Estados Unidos han elegido por segunda vez (la primera fue en 2016) a Donald Trump, el candidato del conservador Partido Republicano, con una victoria arrolladora frente a Kamala Harris, candidata del progresista Partido Demócrata, después de una campaña electoral tremendamente polarizada. El equilibrio entre ambas fuerzas políticas mantenido a lo largo de la campaña electoral, lo ha roto el voto real de los estadounidenses en las urnas a favor de los republicanos.
En abril del 2023 hablábamos en esta columna sobre la vuelta del trumpismo, coincidiendo con el anuncio de Donald Trump de que concurría a las elecciones presidenciales del 2024 y que se presentaba ante la justicia para dar cuenta de los 34 delitos de los que se le acusaba. De allí para acá, resulta que ha ganado las elecciones, ha sido juzgado y condenado por un jurado popular y tiene varios juicios pendientes. Así, la mayoría del pueblo americano, más de 72 millones, ha voto al delincuente Trump, un convicto de la justicia, en lugar de votar a la fiscal Harris. Todo un titular de película, de serie melodramática: “la fiscal y el criminal”. Parece el mundo al revés.
Lo más optimistas pensaban que esta palabra: trumpismo, iba a pasar al olvido después de estas elecciones de 2024, pero ha ocurrido todo lo contrario. Tras la victoria arrolladora que, en la práctica, da a Trump el poder ilimitado para hacer lo que quiera en los próximos cuatro años y también da alas a los partidos ultraconservadores en todo el mundo, el término ha recibido un nuevo impulso. Parece que ha venido para quedarse e iniciar la senda de aquellos movimientos, de todo tipo, que tomaron el nombre de su fundador y se personalizaron. Alguno de ellos, como franquismo, marxismo, leninismo y estalinismo, llegaron a hacerse un hueco y asiento en el Diccionario de la Lengua Española (DLE).
Puesto que el trumpismo se extenderá más allá del ámbito de los Estados Unidos, si en el futuro las 23 Academias de la Lengua Española (incluida la estadounidense) decidieran incorporar el término, adaptando la grafía a la fonética, como es habitual en nuestra lengua, esto es “trampismo”, tendrían que deliberar sobre su similitud y contenido con la palabra “trampista”, documentada hace cuatro siglos y ya existente en el Diccionario de Autoridades de 1739, Tomo VI, con connotaciones que bien podrían definir a Trump, tales como embustero, tramposo, mentiroso, engañador, codicioso, avaro, o inclinado a comprar y vender justa o injustamente. Por el momento, la Fundéu (Fundación para el Español Urgente) nos dice que lo adecuado, a partir de su apellido, es usar trumpismo.
En el triunfo indiscutible y arrollador de Donald Tump y en la debacle de Kamala Harris, han intervenido muchos factores en los cuales no podemos entrar aquí por su extensión, pero sí citar los más importantes y que, a nuestro juicio, van más allá de la valía y aportaciones o no de los candidatos, son factores de contexto. Con la victoria de Trump se consolida el triunfo de la desinformación frente a la verdad, instrumento de guerra electoral que ya utilizó en la campaña de 2016 y que ahora ha empleado a fondo sin pudor alguno, cargado de mentiras, bulos y barbaridades, pero asumidas por el electorado, porque resulta difícil distinguir la basura informativa del lodo y el fango de la real y verdadera.
También es una victoria de la antipolítica, porque en la campaña han intervenido de forma activa los grandes poderes económicos en busca de sus intereses particulares. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, fabricante de los coches eléctricos Tesla, recibirá a cambio un altísimo arancel a los coches eléctricos procedentes de China que le hacen la competencia, con lo cual, el ciudadano americano que quiera comprar un coche eléctrico lo tendrá que pagar más caro. Por otra parte, el Gobierno que está formando Trump tiene un perfil de empresarios como Elon, más que de políticos.
En la derrota de Harris ha influido el poco tiempo del que dispuso para darse a conocer y hacerse con la campaña. Pero, a nuestro entender, ha influido más el abandono de la clase trabajadora y sus intereses por parte del Partido Demócrata, generando un malestar que la ultraderecha trumpista ha sabido aprovechar. Si bien, el peor escenario para la opción de los demócratas es la lucha contra corriente de una ola reaccionaria que recorre el mundo.
Nos llama poderosamente la atención las escasas alusiones que Trump ha hecho al Partido Republicano en su discurso de la victoria, gracias al cual ha podido regresar a la Casa Blanca, y las muchas referencias el movimiento MAGA. Parece como si se tratase de un cambio de nomenclatura del partido. MAGA (Make America Great Again-Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande) es el acrónimo del lema de campaña que viene empleando desde 2011 en sus candidaturas y que ya resulta imposible disociar de Trump, aunque en realidad no es idea suya, fue el presidente Reagan quien la empleó por primera vez en su campaña de 1980. Ahora ya, MAGA es una especie de ideología, un movimiento caracterizado por las mismas señas de identidad de Trump, que no va por el mismo camino que el republicanismo americano tradicional ¿querrá marcar con ello el camino de un nuevo republicanismo americano?.
No sabemos si, como dice Trump, estamos ante el comienzo de una "era dorada" para el país norteamericano, pero sí sabemos que vamos hacia un mundo más autoritario y más oscuro.
Les dejo con Nino Bravo y América América:
https://www.youtube.com/watch?v=RZheqt_7c1A
Aguadero@acta.es
© Francisco Aguadero Fernández, 8 de noviembre de 2024