A lo largo del siglo XX y en un proceso bien conocido que se ha ido produciendo de manera lenta pero persistente y que llega hasta hoy mismo, el mundo campesino, nuestro mundo campesino, ha ido desapareciendo y, con él, todas las culturas campesinas que fue generando el ser humano como agricultor, ganadero, pastor y también artesano.
Estamos ante una pérdida irreversible, que, en el fondo, parece no estar afectando a una sociedad que, como la nuestra, camina insensible y a paso firme hacia esas idolatrías tecnológicas que están arrasando con todo, hasta con ese ejercicio necesario de la memoria, en un tiempo en el que parece que se está potenciando y publicitando la amnesia, haciéndosenos creer a todos que vivimos en el mejor de los mundos y que el pasado, ay, tal y como proclaman los nuevos gurús, no fue más que barbarie.
Debido a todo ello, es importantísimo documentar las culturas campesinas, que, si no han desaparecido del todo, están en trance de hacerlo. Es verdad que tecnificación del campo hizo perder y caer en desuso las viejas herramientas, aperos y artilugios manuales de todo tipo que tenían su uso en nuestros campos, pero también lo es el que, sin posturas nostálgicas trasnochadas, hayamos de documentar un pasado sin el cual no podríamos entender lo que somos.
Es lo que hace el estudioso salmantino Joaquín Sánchez de Bustos, en un hermoso y documentadísimo libro titulado Carros en la provincia de Salamanca –Catalogación y estudio– (Diputación de Salamanca, Instituto de las Identidades, 2023). Un libro que constituye, ya, una obra imprescindible para ese conocimiento de ese tipo de carros pintados que siempre se han considerado peculiares de la provincia de Salamanca y de áreas limítrofes de las de Ávila y Zamora.
Joaquín Sánchez de Bustos, en esta obra, combina dos aspectos importantísimos en el estudio de los carros pintados: por una parte, una descripción precisa de su tecnología, proceso de construcción, clasificación y distribución, ornamentación sobre la madera y el hierro, así como los elementos decorativos sobre la madera; y, por otra, nos aporta, además, una catalogación, con su correspondientes ficha y fotografías de 174 carros concretos, ubicándolos en su contexto geográfico preciso.
Un libro que recomendamos muy vivamente. Merece la pena hacerse con un ejemplar. Pues la de los carros pintados es una muestra de ese arte popular campesino al que se le ha prestado menos atención de la que se debiera.
Nosotros, en su momento, tuvimos la fortuna de encontrarnos con un pintor de carros, prematuramente fallecido, Raúl de Arriba, que, residente en la localidad de Abusejo, pintó no pocos carros, con esa ingenuidad y delicia que el arte popular encarna.
Con el libro de Joaquín Sánchez de Bustos, Carros en la provincia de Salamanca –Catalogación y estudio–, esta parcela de las culturas campesinas queda muy bien documentada, debido a una tarea entregada y conocedora que ha realizado su autor a lo largo de años.
Un contrapunto, menos mal, frente a esas idolatrías tecnológicas tan absorbentes y acaparadoras, que nos están despeñando por los caminos de tantas y tantas amnesias.