OPINIóN
Actualizado 22/10/2024 08:18:29
Charo Alonso

Desde la altura lenta del autobús urbano, la ciudad abre y cierra el paso del atardecer con sus luces, su lluvia en el cristal, sus comercios iluminados al lento transcurrir de un tráfico detenido. Y es en este trayecto a trompicones donde se suceden los huecos cerrados de una verja sucia, una cristalera apagada, un luminoso que nada enciende. Incluso en la vía más transitada de la ciudad provinciana, ahí donde se posaban los negocios más punteros en los tiempos de mi padre y de la próspera esperanza, el hueco de la falta, como una muela cariada, se deja sentir donde moraba el diminuto hálito de vida de un estanco, de un negocio de los de toda la vida.

Se arrancan los kioskos del mosaico colorido de la portada de esas calles donde también se podan los árboles que nos consuelan de un verano inacabable. Y pienso en los pasos perdidos de mi querida Amparo buscando en vano un lugar para comprar el periódico del domingo, crujiente desayuno de las mañanas sin prisa, café en la barra con tostada, churro y papel donde ver las noticias más cercanas, lo nuestro con su nota de prensa y las caras conocidas de la política municipal que tanto ama tirar árboles y deponer estatuas. Cierran los negocios que antes imprimían nuestras fotografías, cierran las tiendas de discos en los que gastábamos lo tan cuidadosamente ahorrado, cierran las zapaterías de niños, las mercerías donde comprar la costura de los días y nos rodean el plástico y lo efímero, lo que sobra y se destroza con el roce del uso. Dice hermosamente el poeta y etnógrafo José Luis Puerto que él nació en tiempos de pobreza, y añado yo, un poquito más joven, que aparecí en el mundo en momentos de esperanza en el porvenir que no llega.

Un porvenir de negocios diminutos, ordenados en la calle con su cualidad necesaria, su esperanza en el futuro, su cuenta saneada. Espacios para el “despacho de pan” y la palabra “ultramarinos”, lugares para el arreglo y la ferretería del corazón, relojería donde reparar el tiempo roto y donde suturar, zurcir el tiempo que nos lleva. Papelerías para comprar el lápiz con el que anotar el futuro, joyerías donde escribir sobre el oro el nombre de la niña que recibe los pendientes del bautizo, la pulserita de la comunión, anillo de oro para los casados y arras en el tiempo de la carnicería, la pescadería, la mantequería… luces en el atardecer de otoño invierno para hacer la calle habitable, la calle que ahora recorro desde la altura del autobús, recordando la falta y su oscuro hueco donde no hay nada. Y se abren las puertas para que baje en el barrio quieto mi corazón lleno de nostalgia.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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