Hoy está mal visto contar chistes protagonizados por ciertas personas o decir un piropo a una mujer (¿también a un hombre?). Sin embargo se puede hablar sin problema de sexo en cualquiera de sus múltiples variantes, se pueden pronunciar sin rubor ciertas palabras de malsonantes y de pésimo gusto sin ser tachados de mal educados, incluso de hace gala de ello con demasiada frecuencia. Todo ello pone de manifiesto que las sociedades humanas cambian y esos cambios unos dicen que son buenos y algunos nostálgicos pues dicen que no porque creen que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque lo único que se puede asegurar a ciencia cierta es que cualquier tiempo pasado es pasado.
Muchos de los antiguos tabús han desaparecido sacrificados en el altar de la libertad de expresión y esto es así porque como afirmaba Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, hoy en franca decadencia, los tabús no son neurosis sino construcciones sociales y por tanto varían según las sociedades con los tiempos.
Y es que un tabú no es ni más ni menos que una prohibición supuesta o expresa dentro de una determinada comunidad bien por razones morales, religiosas o de la tradición, cuya infracción puede acarrear un castigo real o el rechazo social. Por ejemplo, la blasfemia estuvo prohibida en España hasta el año 1988 y aún hoy está castigada con pena de muerte en Arabia Saudí, Irak o Mauritania.
Por cierto, la palabra “tabú” es de origen polinesio y significa “prohibición” ya que en la cultura de los habitantes de ese grupo de islas del Océano Pacífico había ciertas palabras y acciones que únicamente podían pronunciar o realizar los sacerdotes o chamanes. Hasta nosotros la trajo el capitán James Cook en el año de 1777, junto con otros términos exóticos como “canguro”.
Podría parecen que hoy hemos superados todos los tabús, se puede hablar, escribir, opinar y también representar artísticamente cualquier cosa, pero ya dijo hace años el filósofo, historiador, sociólogo y psicólogo francés Michel Foucault en su libro ‘La voluntad de poder’. Hoy tenemos, si cabe, tenemos más tabús que antes y la muerte es sin duda el más importantes, pocos son los que hablan abiertamente de ella ¿porque trae mala suerte? Otros muchos los hemos transformado en eufemismos[1] (de algunos de ellos ya hablamos la semana pasada), que son la otra cara del tabú otra cara esa que utilizamos para no pronunciarlo, y en ellos el lenguaje se entrecruza con lo cultural para no molestar demasiado.
Con estos eufemismos se pretende no incomodar nuestros sensibles oído evitando la desazón que nos provocan el tabú, eliminando cualquier aspecto negativo. Porque es tabú hablar de aborto y por eso lo llamamos ‘interrupción voluntaria del embarazo’ y es tabú mencionar las cárceles que han pasado a ser ‘establecimientos penitenciarios’. Los manicomios se transforman en ‘centros de salud mental’ porque los locos son ahora ‘dementes’; los vagabundos son ahora ‘sin techo’ (¿también sin comida, sin luz, sin …?); las criadas son ‘empleadas del hogar’; los ciegos son ‘invidentes’, los negros son ‘personas de color’ (¿de qué color?). Y para colmo los viejos hemos desaparecido, nos ha sustituido por ‘personas mayores’, ‘de la tercera edad’ sólo para suavizar estéticamente el término porque en realidad seguimos siendo viejos, aunque cuando al morir digan que ‘descansa en paz’. Ridículo.
Todo lo que no se adapte a los cánones de belleza, juventud, felicidad, etc.; todo puede herir sensibilidades se oculta. Pero la potencial maldad u ofensa de utilizar ciertos términos reside más en la intencionalidad del que los pronuncia que la sensibilidad del que escucha. Llamar a un pedo ‘ventosidad’ no elimina el mal olor.
Hoy nuestros dirigentes políticos usan y abusan de eufemismos a cada momento cuando hablan de temas políticos, lo que se da cada vez menos, para sin eufemismos alguno acusarse mutuamente de mentirosos, ladrones/as, corruptos/as, dictador/a, fascista, felón, feminazi, gilipollas, golpista, okupa, sociópata, terrorista, traidor…; que deberían ser tabú para todos tanto en el Congreso como en el Senado lo que hace que al escucharlos sienta uno vergüenza ajena. Sin eufemismos les diré que muchos de ustedes son unos ‘mataos’.
A todos ellos se les debería obligar a asistir a un curso avanzado de comunicación política como requisito para poder acceder a un sillón en el Congreso o el Senado de manera que aprendieran a hablar sin tapujos ni tabús de vivienda, crisis, inmigración, empleo, listas de espera, etc., que son los temas que no preocupan realmente. Y es que parece que tiene razón la filósofa y teórica de la política alemana Hannah Arendt al afirmar que: Las cuestiones políticas son demasiado serias para dejarlas en manos de los políticos.
[1] Según la RAE: Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante