Yo comencé mi andadura en esta casa donde siempre se había hecho voluntariado. Daba clases en el centro de formación profesional Lorenzo Milani y vivía con los chicos.
Cuando comencé como director ya teníamos chicos de protección y vivía con mis hijas y mi mujer allí. Varios del equipo educativo actual vivían con los chicos también. Son muy buenos los recuerdos. Compartíamos fines de semana, puentes y en vacaciones nos turnábamos.
Cruz Roja, Cáritas y otras instituciones tienen voluntarios.
Nosotros conservamos hacer un fin de semana al mes gratis y una quincena en verano los educadores.
Los chicos entienden que además de lo profesional queremos compartir con ellos un poquito de nuestro tiempo y de nuestras familias gratuitamente.
Viajamos gratis con ellos y tenemos el convenio más favorable para todos, en este caso el de educación en vez el de centros de protección o reforma.
Es un orgullo formar parte de esta comunidad educativa. Algunos profesores no hacen fines de semana o quincena. Pero pueden hacer tantas o más horas diseñando proyectos u organizando eventos.
Es voluntariado y lo sorprendente es el compromiso de la mayoría durante más de treinta años. El objetivo común es compensar humildemente el abandono que han sufrido nuestros niños. Conseguimos un apego más familiar con los chicos y entre educadores surgen grupos de amigos. Este clima nos enriquece a todos.
Hay excepciones por conciliación y no hay educadores de primera y de segunda. Que hagamos voluntariado también depende de la generosidad y comprensión de nuestras propias familias.
Yo agradezco la impronta social que ha dado el tiempo de Santiago Uno a mis hijas, en la casa, en los viajes por Europa, en Marruecos, en la naturaleza, en el deporte y en los problemas. La visión de desigualdad e injusticia que viven nuestros menores y una mayoría, en países como Marruecos, nos hace conscientes de nuestros privilegios.
No creo que pueda haber religiosidad, ni espiritualidad, ni ideología que pueda justificar la insolidaridad que tenemos las minorías. Habrá que respetar a quienes ni siquiera el Evangelio les lleva a donar una migaja de su tiempo para mezclarse y convivir con los desfavorecidos.
No valen las grandes palabras para cambiar el mundo, valen las pequeñas acciones. Gracias amigos y compañeros por formar parte de esta dulce locura que pervive milagrosamente en el tiempo, con un equipo interdisciplinar con conciencias libres y antagónicas que confluyen en el amor a nuestros chicos, sin dejar de ser fugaces.