Se da en Salamanca una paradoja más que evidente. 30.000 estudiantes universitarios ponen color juvenil cada curso a unas calles que adolecen precisamente de eso, de jóvenes. Y es que la edad media de la población local ronda ahora los 47 años, según los datos del INE, por lo que la ciudad se encuentra en un punto de equilibrio peculiar, un punto ‘viejoven’.
Salamanca es una ciudad de contrastes. Sus calles antiguas y monumentos históricos conviven con el bullicio de los jóvenes universitarios que vienen a estudiar y a vivir la experiencia de una de las universidades más antiguas de Europa. Sin embargo, una vez que estos estudiantes completan sus estudios, muchos de ellos se marchan en busca de oportunidades laborales que, tristemente, la ciudad no siempre puede ofrecer. Este éxodo juvenil contrasta con la permanencia de una población local que envejece año tras año, formando una comunidad con una media de edad cada vez más elevada.
El envejecimiento de la población en Salamanca no es un fenómeno aislado, sino una tendencia que afecta a muchas ciudades de tamaño similar en España. Sin embargo, lo que hace a Salamanca única es precisamente la convivencia de estos dos mundos: un ambiente juvenil efímero que rejuvenece la ciudad durante el curso académico y una realidad permanente de una población madura que define el pulso diario del lugar.
Este contraste no está exento de desafíos. Una población envejecida conlleva una serie de necesidades específicas en cuanto a servicios sanitarios, transporte adaptado y políticas sociales que aseguren una calidad de vida digna para nuestros mayores. En esa línea, el alcalde anunció esta semana la próxima apertura del nuevo Centro Municipal de Mayores en Chamberí, que servirá a más de 4.000 personas mayores de 60 años. Un activo fundamental para los barrios cercanos.
Al mismo tiempo, la falta de oportunidades laborales y de vivienda asequible para los jóvenes hace que Salamanca pierda gran parte del talento y el dinamismo que genera su propia universidad. El reto de Salamanca es encontrar un equilibrio sostenible que permita retener a los jóvenes después de su etapa académica. Necesitamos una ciudad que no solo sea atractiva para estudiar, sino también para trabajar, emprender y formar una familia -y llegar por lo menos a las Bodas de Oro, como las 25 parejas homenajeadas el otro día en el Palacio de Figueroa-.
El desafío es lograr que esta mezcla no solo sea pasajera, sino el motor de un crecimiento sostenido que haga de Salamanca un lugar donde jóvenes y mayores puedan construir juntos su futuro.